martes, 9 de septiembre de 2008

ATAR Y DESATAR

Remitiendo como siempre lo hago a lo que en realidad es la Iglesia, y salvedad hecha de las razones esgrimidas en el artículo anterior para argumentar la doble naturaleza del Hijo de Dios encarnado, cuestión ésta que justifica nuestra pertenencia a la misma, incluyo en esta ocasión y como tema de debate un comentario que nos remite un/a comunicante aún no localizad@, convencida como estoy de que su tema os interesará. Te agradecemos mucho tu intervención, querid@ amig@.

Digamos en primer lugar, que las perícopas sobre las que nuestr@ remitente opina, son tres de las que correspondían al Evangelio del pasado domingo (Mt. 18, 15-20), concretamente las que van de la 18 a la 20, las cuales dicen así:

“Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os lo digo otra vez: Si dos de vosotros llega a un acuerdo aquí en la tierra acerca de cualquier asunto por el que hayan pedido, surtirá su efecto por obra de mi Padre del cielo, pues donde están dos o tres reunidos apelando a mí, allí en medio estoy yo”. (La transcripción es suya)

El comentarista en cuestión argumenta así:

""No es extraño dar la mano a alguien y que, de propina, se tome también el pie. Lo que se dice “hacer de su capa un sayo”, ser un simple ciudadano de a pie que lleva capa y autoconvertirse en un militar con sayo, con la consiguiente fuerza y mando, es una realidad que, por desgracia, experimentamos frecuentemente. Hay en el corazón humano un secreto deseo de poderío al acecho de la primera oportunidad para ejercer. Para dominar al otro, cada uno se reviste de una cierta autoridad; cuanto mayor y más incontestable sea ésta, mayor será la capacidad de dominación que desarrolle.

De entre toas las dominaciones, hay una -¿la más peligrosa y temible?- que se ejerce en nombre de Dios, actuando directamente sobre la conciencia de los individuos. Ésta puede llegar a anular a las personas, haciendo de ellas muñecos de goma, fácilmente manejables y movibles, villanos llevados por el viento del poder religioso, adultos condenados a ser perennemente niños.

En nombre de Dios y bajo el signo de la Cruz, Constantino venció a Majencio junto al Puente Silvio. La cruz, símbolo de la mayor debilidad, se convierte con él en estandarte militar, alarido guerrero de muerte.

Los cruzados, impulsados por la jerarquía religiosa y al grito de “Dios lo quiere”, llegaron hasta Oriente, con la cruz en mano como arma, para conservar –muchas veces matando- los lugares que pisó Jesús nazareno el pacificador.

La Inquisición nacería más tarde para mantener bajo control con amenaza de hoguera, en nombre de Dios, a todos los librepensadores disidentes y discordantes del tiempo, algunos de ellos tal vez profetas subversivos de una abusiva dominación religiosa.

En nombre de Dios, Pío IX condenó el modernismo de un mundo que se abría a la libertad y al progreso y, con él, al filósofo alemán Frohschanuner por “conceder a la misma razón tal libertad de opinar de todo y atreverse a todo, que quedan suprimidos los derechos, el deber y la autoridad de la Iglesia misma” (Denzinger 1667-68)

La Iglesia, con su poder divino, por encima de la razón y de la libertad de opinión. En nombre de Dios, se ha amilanado al pueblo cristiano durante siglos, intimidándolo con las penas de u n infierno inextinguible. No usemos el nombre de Dios en vano.

Y todo ello se hacía basándose en el “poder de atar y desatar” que Jesús concedió a sus discípulos: “Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el cielo”.

Sacada de contexto, esta frase de Jesús ha dado pie a innumerables abusos históricos por parte de la jerarquía eclesiástica. Un poder que reside en la comunidad, se ha ejercido sólo por los jerarcas. Un poder limitado al caso en que haya que excluir (=atar) o admitir (=desatar) de la comunidad a uno de sus miembros que la ha ofendido, se ha interpretado como poder de atar y desatar en cualquier campo o materia, incluso no religiosa. Poder de atar y desatar la conciencia y en conciencia. Poder tan absoluto no concedió Jesús a nadie, ni siquiera Él mismo lo ejerció.

Lo suyo era más bien desatar, liberar, dar vida. Desató al paralítico del lecho y del pecado, a los locos de sus demonios, a los enfermos de sus dolencias, al Pueblo del yugo de la ley. Incluso libró de su sentencia a la adúltera, condenada a muerte legal: “Vete y no peques más”. De atar, Jesús entendió poco. A todos invitaba: “Si quieres”… dejando siempre libre a cada uno para seguir el dictamen de su conciencia. No hay nada más grande en el orden humano que la libertad de actuar en conciencia. Ante ella, todo poder debe doblegarse"".

Su artículo llega hasta aquí.

A mí me gustaría ahora que reflexionásemos sobre la necesidad que tienen las conciencias de ser formadas, así como sobre qué papel desempeña el Magisterio de la Iglesia en el empeño (todo ello sin menoscabo de que cada un@ aporte lo que considere sobre lo que nuestr@ amable desconocid@ nos ha enviado).

6 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que no tengo mucho que opinar acerca de la formación de las conciencias por parte de la Iglesia. La Iglesia, como institución administrativa, no como comunidad, es una sociedad vertical bastante alejada del modelo inicial que propone el texto de Mateo y, la verdad, no sé si tiene mucho que decir, pues siempre dice lo mismo. Por mi que diga lo que quiera (salvo que lo haga abusando de la mente de los sencillos perjudicándoles -preservativo, sida y tal y tal) y los demás, si queremos, le haremos caso y, si no, no, que ya está todo suficientemente complicado. Como transmisora de una tradición cumple su función pero las lecturas más arriesgadas, útiles y actualizadas del Evangelio no las he encontrado en el Magisterio estándar de la Iglesia.

Saludos

Anónimo dijo...

En realidad tú lo que estás haciendo es apelar al juicio de la propia conciencia, ¿no es así?, y precisamente lo que yo planteaba es si consideráis o no necesaria la formación de la misma, es decir, si consideráis o no cierto aquello de que “sin ciencia no hay conciencia”, y a quién creéis que le corresponde la responsabilidad última de esa función y por qué.

Como tú, yo también considero tan interesante como imprescindible la inculturación del mensaje, pero no cualquier tinterpretación sirve –a mi modo de ver-.

Modernidad no tiene por qué ser veracidad, ¿no crees?, aunque –por otro lado- se supone que algo hemos hecho mal los cristianos para que nos veamos en esta situación.

Dí que el timonel de nuestro barco garantiza nuestra travesía, y que el Espíritu Santo la favorece, soplando a nuestro favor.

Otro saludo para tí, querido Joaquim.

Anónimo dijo...

Ya que tienes una idea bien clara de a dónde quieres ir ¿porqué no empiezas tú exponiendo tu pensamiento al respecto? Así el debate quedará más centrado.

Anónimo dijo...

Lo de "Atar y Desatar" tiene todo el espíritu de Jesús que desató y no usó el atar.
La Jerarquía en general ha usado el atar desde una perspectiva de poder político que no entra en el espíritu de Jesús.
Las Inquisición , las guerras santas son lo contrario del Espíritu de Jesús, pues som manifestaciones de un poder político

Anónimo dijo...

Tu comentario, muy en la línea de nuestro remitente querido Gorka. A la tarde me gustaría incluir unas cuantas líneas mías, porque me temo que ahora no podrá ser...

Anónimo dijo...

Ahora, que estamos prácticamente en la hora de descanso, voy a intentar dar cordura a mis pensamientos, y serán precisamente los comentarios habidos en el artículo anterior los que nos sirvan para ejemplificar lo que quiero decir.

Entre sus argumentos, decía Joaquim que era el Ordinario (el Obispo, se entiende) y no la Conferencia Episcopal quien tenía potestad para sancionar –en su caso- una determinada actuación, y tiene razón.

En el caso del texto de Pagola, Mons. Setién no vio inconveniente en asumir cuanto lo que en el mismo se sostiene, y cuáles sean mis alegaciones ya las he hecho constar.

Pero no era en eso en lo que me interesaba poner énfasis en este comentario, sino en la capacidad o en la obligación que puede llegar a tener la Iglesia en aras a la orientación en la evolución espiritual del Pueblo de Dios.

Porque como os decía en mi artículo, la cuestión no es que cada uno diseñemos lo que es Jesucristo en función de lo que nosotros comprendamos, sino no desviarnos con nuestro razonamiento de lo que “de verdad” es.

En ese sentido, yo sí encuentro sentido a la intervención del Magisterio de la Iglesia. ¿Vosotros no lo creéis así?