viernes, 20 de junio de 2008

EL MIEDO Y EL TEMOR

Éste es el comentario del P. Rainiero Cantalamessa (OFM Cap y predicador de la Casa Pontificia) al evangelio del próximo domingo, XIIº del tiempo ordinario. Las lecturas correspondientes son Jeremías 20, 10-13, Romanos 5, 12-15, y Mateo 10, 26-33 (por si algun@ las quisierais leer), y la inclusión de este texto -así como de la de los que en ocasiones nos remite el P. Larrazkueta, otro de nuestros homiletas favoritos- constituye cada semana la ocasión para recordar en nuestro blog que el domingo es el Día del Señor.


Las palabras del P. Cantalamessa -tan didácticas y comprensibles como siempre- son las siguientes:

“El Evangelio de este domingo ofrece varias sugerencias, pero todas se pueden resumir en esta frase aparentemente contradictoria: “¡Tened temor, pero no tengáis miedo!”. Jesús dice: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna”. No debemos tener temor ni miedo de los hombres; de Dios debemos tener temor, pero no miedo.

Por tanto hay una diferencia entre miedo y temor; trataremos de comprender por qué y en qué consiste. El miedo es una manifestación de nuestro instinto fundamental de conservación. Es la reacción a una amenaza para nuestra vida, la respuesta a un verdadero o presunto peligro: desde el peligro más grande, que es el de la muerte, a los peligros particulares que amenazan la tranquilidad o la incolumidad física, o nuestro mundo afectivo.

Según se trate de peligros reales o imaginarios, se habla de miedos justificados y de miedos injustificados o patológicos. Como las enfermedades, los miedos pueden ser agudos o crónicos. Los miedos agudos han sido determinados por una situación de peligro extraordinaria. Si estoy a punto de ser atropellado por un coche, o comienzo a sentir que la tierra tiembla bajo mis pies a causa de un terremoto, entonces estoy ante miedos agudos. Estos sustos surgen improvisadamente, sin avisar, y así desaparecen al terminar el peligro, dejando quizá un mal recuerdo. Los miedos crónicos son los que conviven con nosotros, se convierten en parte de nuestro ser, e incluso acabamos encariñándonos con ellos. Los llamamos complejos o fobias: claustrofobia, agorafobia, etc.

El evangelio nos ayuda a liberarnos de todos estos miedos, revelando el carácter relativo, no absoluto, de los peligros que los provocan. Hay algo de nosotros que nadie ni nada en el mundo puede quitarnos o dañar: para los creyentes se trata del alma inmortal, para todos el testimonio de la propia conciencia.

Algo muy diferente del miedo es el temor de Dios. El temor de Dios se aprende: “Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor” (Salmo 33, 12); por el contrario, el miedo no tiene necesidad de ser aprendido en el colegio; la naturaleza se encarga de infundirnos el miedo.

El mismo sentido del temor de Dios es diferente al miedo. Es un elemento de fe: nace de la conciencia de quién es Dios. Es el mismo sentimiento que se apodera de nosotros ante un espectáculo grandioso y solemne de la naturaleza. Es el sentimiento de sentirnos pequeños ante algo que es inmensamente más grande que nosotros; es sorpresa, maravilla, mezcladas con admiración. Ante el milagro del paralítico que se alza en pie y camina, puede leerse en el evangelio, “”El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor decían “hoy hemos visto cosas increíbles”” (Lucas 5, 26). El temor, en este caso, es otro nombre de la maravilla, de la alabanza.

Este tipo de temor es compañero y aliado del amor: es el miedo de disgustar al amado que se puede ver en todo verdadero enamorado, también en la experiencia humana. Con frecuencia es llamado “principio de la sabiduría”, pues lleva a tomar decisiones justas en la vida. ¡Es nada más y nada menos que uno de los siete dones del Espíritu Santo (cf. Isaías 11,2)!

Como siempre, el evangelio no sólo ilumina nuestra fe, sino que nos ayuda además a comprender nuestra realidad cotidiana. Nuestra época ha sido definida como una época de angustia (W. H. Auden). El ansia, hija del miedo, se ha convertido en la enfermedad del siglo y es, dice, una de las causas principales de la multiplicación de los infartos. ¿Cómo explicar este hecho si hoy tenemos muchas más seguridades económicas, seguros de vida, medios para afrontar las enfermedades y atrasar la muerte?

El motivo es que ha disminuido, o totalmente desaparecido, en nuestra sociedad el santo temor de Dios. “¡Ya no hay temor de Dios”!, repetimos a veces como una expresión chistosa, pero que contiene una trágica verdad. ¡Cuánto más disminuye el temor de Dios, más crece el miedo de los hombres! Es fácil comprender el motivo. Al olvidar a Dios, ponemos toda nuestra confianza en las cosas de aquí abajo, es decir, en esas cosas que según Cristo, el ladrón puede robar y la polilla carcomer (Cf Lucas 12, 33). Cosas aleatorias que nos pueden faltar en cualquier momento, que el tiempo (¡la polilla!) carcome inexorablemente. Cosas que todos queremos y que por este motivo desencadenan competición y rivalidad (el famoso “deseo mimético” del que habla René Girard), cosas que hay que defender con los dientes y a veces con las armas en la mano.

La caída del temor de Dios, en vez de liberarnos de los miedos, nos ha impregnado de ellos. Basta ver lo que sucede en la relación entre los padres y los hijos en nuestra sociedad. ¡Los padres han abandonado el temor de Dios, y los hijos han abandonado el temor de los padres! El temor de Dios tiene su reflejo y su equivalente en la tierra en el temor reverencial de los hijos por los padres. La Biblia asocia continuamente estos dos elementos. Pero el hecho de no tener temor alguno o respeto a los padres, ¿hace que sean más libres o seguros de sí los muchachos de hoy? Sabemos que no es así.

El camino para salir de la crisis es redescubrir la necesidad y la belleza del santo temor de Dios. Jesús nos explica precisamente en el evangelio que la confianza en Dios es una compañera inseparable del temor. “¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos”

Dios no quiere provocarnos temor sino confianza. Justamente lo contrario de aquel emperador que decía: “Ordenit dum metuant” (¡que me odien con tal de que me teman!). Es lo que deberían hacer también los padres terrenos: no infundir temor, sino confianza. De este modo se alimenta el respeto, la admiración, la confianza, todo lo que implica el nombre de “santo temor””

Hasta aquí las palabras del P. Cantalamessa.

Confío en que –como a mí- os haya gustado, aunque yo considero que no es el temor de Dios lo que se aprende, sino el modo de hacerlo nuestro sabiéndolo interpretar…

11 comentarios:

Jesús M. Landart dijo...

Fíjate, querida Dorota que mi visión es absolutamente contrapuesta a la tuya en lo que se refiere al temor y al miedo.

Yo estoy provisionalmente convencido de que el temor, el miedo, y aún el terror más absoluto proviene de la idea de que poseemos un alma inmortal. Esta idea, común a las tres religiones del libro, me parece absolutamente aterradora.

Durante milenios se nos ha afirmado que el terror absoluto proviene de la desesperación que produce el creer que somos criaturas abocadas a la extinción.

La asunción de mi naturaleza absolutamente contingente y finita, lejos de crearme un horror vacui, me reconforta, me anima a apreciar mi vida como un acontecimiento único e irrepetible, así como la de mis semejantes.

Ese anhelo de supervivencia eterno del yo, tan común en las religiones monoteístas de los dos últimos milenios, me parece agotador. Y además, me parece un severo handicap para apreciar la vida terrena en su justa dimensión.

Saludos.

JML

Anónimo dijo...

¿Y cómo puede ser, querido J.M.L., que siendo tu visión absolutamente contrapuesta a la mía en lo que se refiere al temor y al miedo, la mía sea absolutamente coincidente en lo que mantienes tú?

Sin embargo, se teorice como se teorice, el miedo y el temor existen, y el bueno del Sr. Cantalamessa –pretendiendo ser totalmente escrupuloso con las traducciones de las perícopas de la Biblia- ha elaborado una homilía haciendo una separación entre ambos conceptos.

Lo único que era mío en ese artículo, era la frase final –la que dice no es el temor de Dios lo que se aprende, sino el modo de interpretar-.

Precisamente ese modo de interpretar en tanto que lo asumimos, da lugar al tipo de argumentaciones de las que tú hablas, cuando que el “temor de Dios”, o dicho de otro modo, la tensión ante el temor a perder o a no participar en un Amor que subsiste –se llame como se llame- es algo innato a nuestra naturaleza.

Es el temor a no compartirnos con algo que no es sólo nuestro; algo que sabemos podemos llegar a no compartir.

De la exposición del P. Cantalamessa –aunque la considero didáctica y válida para argumentar ante personas que están acostumbradas a un determinado lenguaje- yo difiero de entrada en la distinción que hace entre miedo y temor.

No creo que se pueda hacer entre estas palabras una cuestión de semántica, porque –se llamen como se llamen- creo que al utilizar ambas está utilizando categorías humanas que podemos fácilmente en nosotros reconocer.

Pero el temor de Dios no es nada de eso –como por otra parte en otros apartados de su disertación el P. Cantalamessa argumenta-.

Creo que tiene que ver más bien con el respeto ante una Realidad que nos transciende y hacia la cual bogamos con un sincero sentido de la posibilidad de extravío.

Bueno, ésta es al menos mi opinión.

Pensaba que a raíz del artículo acabaríamos hablando de la educación –lo confieso-, pero me alegro de que los tiros hayan venido por aquí.

Yo también considero que nuestra vida es algo único e irrepetible, pero también considero que nuestro vivirla tiene que ver con un avance hacia algo que –realmente- es lo más plenificador.

¡No sabes cuánto celebro tu incorporación, querido J.M.L.!

Anónimo dijo...

Yo creo que es una mala expresión, porqeu ¿acaso Dios es temible?

Anónimo dijo...

Pues claro que no, mi desconocido amigo.
La idea no es que debamos tener temor "de Dios", sino temor de apartarnos de Algo -mejor de Alguien- por cuanto que nos conviene.
¿Se entiende mejor así?, porque así es como lo veo yo...
¡Confío en que si!

Anónimo dijo...

Pues claro que no, mi desconocido amigo.
La idea no es que debamos tener temor "de Dios", sino temor de apartarnos de Algo -mejor de Alguien- por cuanto que nos conviene.
¿Se entiende mejor así?, porque así es como lo veo yo...
¡Confío en que si!

Anónimo dijo...

Pues claro que no, mi desconocido amigo.
La idea no es que debamos tener temor "de Dios", sino temor de apartarnos de Algo -mejor de Alguien- por cuanto que nos conviene.
¿Se entiende mejor así?, porque así es como lo veo yo...
¡Confío en que si!

Anónimo dijo...

Pues claro que no, mi desconocido amigo.
La idea no es que debamos tener temor "de Dios", sino temor de apartarnos de Algo -mejor de Alguien- por cuanto que nos conviene.
¿Se entiende mejor así?, porque así es como lo veo yo...
¡Confío en que si!

Anónimo dijo...

Pues esta vez el P. R. Cantalamessa creo que sí ha acertado, pues con independencia de que creamos o no en un más allá después de la muerte, nos recuerda que el temor de Dios nos lleva a ser más justos, tanto con nosotros mismos como con los demás. Lo que Cantalamessa nos propone es una apuesta clara por la vida, es decir, que actuando conforme a rectos principios (sin traicionarnos a nosotros mismos), construyamos en lo posible un mundo más justo (una cosa lleva a la otra). Es lo mismo que quería, salvando una distancia enorme de tiempo y lugar, Jeremías, que sufrió calamidades por defender lo que creyó justo. Creo que el escepticismo es una característica muy positiva de nuestro tiempo (te protege contra charlatanes) pero hay un escepticismo corrompido muy peligroso, el nihilismo, que Cantalamessa identifica con el vivir sin el temor de Dios. Esa constatación no por que se haga con ojos de creyente, deja de ser verdad.

Saludos,

Anónimo dijo...

El nihilismo puede ser hasta aburrido, y tan peligroso como las religiones… pero no coincido con él en que vivir sin temor de Dios exija ser nihilista (ni mucho menos que sea peligroso)… basta con no ser creyente, en cualquiera de sus gamas, desde el agnóstico más pragmático hasta el ateo más furibundo.
Saludos

Anónimo dijo...

El nihilismo es mucho más peligroso que cualquier cosa. Las religiones, como la democracia, pueden o no serlo. Eso dependerá de nosotros.

Vivir sin valores o al margen de los mismos siempre acaba llevando a una forma u otra de nihilismo. Lo que Cantalamessa llama vivir con el temor de Dios, otros pueden llamarlo Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Unos y otros hacen una apuesta por los valores de la vida, sin relativizarlos.

Anónimo dijo...

Me encanta veros argumentar y comprobar lo posible que nos es comunicarnos.
Un cordial saludo para los dos.