lunes, 30 de junio de 2008

UNA CUESTIÓN DE CLASE

¡No me digáis que no os habéis preguntado en alguna ocasión sobre si la clase existe, o si vosotr@s tenéis o no tenéis clase!.

Se trataría en realidad de una pregunta retórica, puesto que es éste un concepto que -supuesto que la tuviéramos- no nos pertenecería, y del que su condición tampoco variaría en ningún caso con nuestra apreciación.

Podemos hablar de ella en términos de pertenencia, y también en términos de categorización. Si así lo hacemos, es claro que tod@s pertenecemos a una u a otra clase, pero lo que yo pretendo mediante este artículo es relacionar la clase con nosotr@s mism@s en base a nuestro saber estar.

Como tal, la clase es un concepto que en ocasiones atribuimos -o que acaso se nos atribuye- que deja de serlo tal cuando se convierte en algo impostado, puesto que la clase no es algo que deba perseguirse por ella mismo, ni que podamos valorar en nosotr@s mism@s sin que suponga por ello una muestra de vanidad.

La cuestión es que es un concepto que concita a ser.

Sin embargo, en ocasiones confundimos clase con apariencias, e incluso llegamos a presumirla en nosotr@s mism@s y en l@s demás supuesta una cierta capacidad económica, una buena formación académica, o un elevado nivel social, cuando que la verdadera clase no tiene que ver necesariamente con todo esto, aunque las circunstancias digamos que tienen su influencia en una necesaria contextualización.

La cuestión es que la realidad se impone y nuestra fantasía se desvanece por ella misma, puesto que la manifestación de la clase tiene que ver únicamente y como os decía, con nuestro saber estar.

No es algo que se adquiera con una actuación aislada, ni tiene que ver tampoco con una puntual puesta en escena de un escenario meramente material, sino que es algo que tiene que ver con nuestras opciones, y que se mantiene en el tiempo en base a la coherencia de nuestra actuación.

No quiero decir con esto que una persona deba hacer siempre las cosas de igual modo, ni tampoco que deba responder de la misma manera ante una diferente situación, puesto que lo que la clase supone es nuestro saber estar “en las circunstancias” y “pese a las circunstancias”.

Para ello es necesario conocernos a nosotr@s mism@s, y también nuestra capacidad.

Así, en consideración a lo que somos y en cada una de las circunstancias, vamos –haciendo uso de nuestras capacidades- construyendo con nuestros actos una a modo de integral, que es la que a lo largo de nuestra vida pone de manifiesto lo evolucionado de nuestro ser.

Creo, por tanto, que una persona “con clase” es una persona evolucionada.

Supongo que –como yo- conoceréis a personas de ese tipo pertenecientes a cualquier condición. Si nos preguntáramos qué tienen en común personas tan variopintas, coincidiríamos en que lo que tienen en común es su opción por el bien. No por "su propio bien" y ni siquiera por "lo bueno", sino sencilla y permanentemente "por el bien"

Pensémoslo un poco.

La clase es algo que sólo se tiene en su integridad. No se tiene mediante el desarrollo de una determinada cualidad, sino por lo evolucionado en el conjunto de ellas.

El resto es contextualización y-cuando lo que os digo falta- simple apariencia, porque sólo con la manifestación del bien hecho realidad en una determinada persona, se percibe la verdadera clase de la misma.

Cuando hablábamos de las virtudes y decíamos que todas ellas formaban parte del denominado “cuerpo de virtudes”, era esto lo que queríamos decir. Una persona con clase, es una persona prudente, justa, fuerte y equilibrada. Puede ser puntual y hacendosa, además, pero hasta aquí sólo estaríamos hablando de lo que podríamos considerar “clase visible” de una persona.

Sin embargo en realidad existe también una “clase supra”, que coincidiría con la de personas que hubieran adquirido un tipo de virtudes diferentes: la fe, la esperanza y la caridad. También paulatinamente. También mediante la realización de actos tendentes a su adquisición.

Pero lo que realmente caracteriza a estas virtudes, es que nosotr@s somos “pacientes” suyos, puesto que mediante nuestros actos no hacemos sino reaccionar –eso sí, favoreciéndolas- como efecto de su acción.

Es el Espíritu Santo quien hace que sean para nosotr@s y ante nosotr@s una realidad, y a partir de ahí es cuando comienza nuestro progreso hacia l "clase superior": una clase que –curiosamente- nos “desclasifica”, porque nos hace vernos como herman@s sea cual fuere nuestra condición.

Espero que este análisis sin pretensiones os satisfaga, y que todos aspiremos a esa clase superior que íntimamente intuimos nos corresponde.

Que así sea.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un artículo muy interesante, pero de los que hay que leer más de una vez.
Da la sensación de que lo tienes muy meditado, y te felicito.

Anónimo dijo...

Lo bueno de estos artículos es que cosas que ya sabíamos cobran una dimensión superior. Te animo a continuar en esa línea. Un saludo