miércoles, 18 de junio de 2008

EL SER DESDE DOS

El pasado sábado hemos celebrado una unión muy singular: se trataba de la de Carlos e Irene o -por mi capricho- de la de Carola e Ireneo, puesto que habiendo llegado por su voluntad los dos a ser uno, sus nombres en ese plano podrían muy bien intercambiarse.

De un realismo no exento de sensibilidad el primero, y de una sensibilidad no exenta de realismo la segunda, lo que celebrábamos en realidad ese día era el onceavo aniversario de su ser como “convivientes” y como “porvivientes”: de su ser en comunidad...

Digo como convivientes y como porvivientes porque ciertamente eso es lo que hacen entre los dos: “vivir con”, y “vivir por”, unidos y desde ellos mismos, con cuanto compone su realidad.

Lo hacen sin fingimiento: no había en la celebración nadie que no tuviera que estar, y tampoco nadie que no deseara asistir.

Me diréis que eso es lo que siempre ocurre en este tipo de eventos, pero yo no creo que sea así.

Era una no-boda (así lo llaman ellos) “sin compromisos”, o mejor, con un sincero compromiso entre ellos mismos, y desde ese mismo compromiso por ellos asumido, con tod@s cuantos teníamos en ese momento -y tendremos si Dios quiere en el futuro- la alegría de compartir su felicidad.

Veréis:

Los tiempos cambian. El modo de celebrar las uniones también. Pero lo que cuando hablamos de verdadero amor no cambia –o al menos no debería hacerlo nunca-, es la disposición de los que se aman a ser en unión.

Irene es ya una hija más.

No porque se haya “no-casado” el sábado con mi hijo, sino porque sin ella, Carlos no sería quien -junto con ella y a partir de ella- ha decidido ser. No digo que no sería como es, sino que realmente “no sería”, porque es ella a quien mi hijo ha elegido para su "ser en común".

Desde su apertura a los demás, nos hacen partícipes a todos de esa unión.

Compartiendo sus vidas generarán nuevas formas de vida, como antes que ellos lo hemos hecho los demás.

Dicen que la vida sólo se merece dándola.

Pero quizá no nos damos cuenta de que el verdadero modo de dar la vida, tiene que ver con nuestro compartirnos en el Amor, y que eso es realmente lo que es –cuando hablamos de una pareja- un verdadero matrimonio.

Quiera Dios, pues, que haciendo realidad el Amor en nuestras vidas, lleguéis a comprender que sólo compartiendo el Amor, animados por el Amor, y motivados por el Amor, merece la pena vivir.

Así, pues, queridos hijos, que Dios os bendiga. Que el Amor con mayúsculas esté siempre presente en vuestra unión, y que a lo largo de vuestra vida seáis siempre conscientes preservadores de esta realidad.

Que así sea.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Y tanto que ciertas cosas cambian, mientras otras no cambian nada... en ese sentido me has recordado a la película babel, donde tan bien se refleja lo universal de ciertas cosas.

Por cierto, muy amable por tan distinguido honor... enhorabuena por esta casa tan renovada.

Dorota Urbina Aurtenechea dijo...

Tienes razón en cuanto a las formas, querida Carola...
... pero quizá no tanto si excluímos las circunstancias...
Vivir el verdadero Amor ha sido, es y será, la única manera válida de constituir verdaderamente un verdadero matrimonio.
Eres muy amable en la valoración de nuestra nueva página, y te lo agradezco.
¡Hasta pronto!

Anónimo dijo...

Pues yo creo que a los religiosos en general, les preocupa más las formas que el fondo…
Si no, a ver cómo se explica las divergencias entre las religiones.
Defender que en el fondo todo sigue igual, es parecido a decir que “en el futuro todos calvos”…

Tx dijo...

Vaya... por una vez (y sin que sirva de precedente) estoy de acuerdo con tu artículo (a grandes rasgos). Sólo discrepo en un pequeño "detalle" que tiene que ver, por otra parte (¡qué raro!), con la idea religiosa del matrimonio y es cuando aseguras que
"Compartiendo sus vidas generarán nuevas formas de vida, como antes que ellos lo hemos hecho los demás." Creo que es necesario añadir algo como "SI LES DA LA REAL GANA", ya que no tiene por qué ser un fin necesario (la procreación) para que una pareja pueda formar una familia basada en el amor y mucho menos un nomatrimonio, ni siquiera un matrimonio católico si me apuras... ¿o es que quitan el título a los que no tienen hijos?
En fin, por lo demás, lo dicho.

Anónimo dijo...

Pues tiene bastante miga lo de la procreación no te creas… al menos en su vertiente religiosa…
Yo nunca entenderé por qué una impotencia es motivo de nulidad matrimonial, y una infertilidad no, o por qué el método ogino les gusta a algunos, pero el condón no… menos mal que salen voces cada día más adaptadas a la realidad social.

Anónimo dijo...

Tendréis que esperarme un poquito, porque como véis sigo algo liada con el diseño del blog.
En cuanto pueda os contesto, que espero sea esta misma tarde.
Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Bueno, ¡aquí estoy!. Vamos a ver cómo funcionan los comentarios con un textito un poco largo.
Aquí está:
Desde luego, vuestras intervenciones tienen mucho en común, queridos Hola y Tx.

Veréis:

Es evidente que las formas sociales son cambiantes, y que nos influyen y hasta condicionan en la medida en que las asumimos…

Pero esto no modifica el hecho de que se puede actuar “en base a” y de llegar a “compartir participándolo” el verdadero Amor.

Cuando así se actúa, se generan situaciones en las que el Amor se expande, y esto no depende de la condición sexual de quienes se participan.

La sexualidad humana es imprescindible para la generación de individuos de nuestra misma especie.

Pero realmente hay otro tipo de paternidad o de maternidad que puede ejercerse al dar a conocer, al fomentar y al preservar en otros, una actuación conforme al verdadero Amor de Dios.

Es a eso a lo que estamos llamados, y ese es precisamente el mayor grado de vida que los seres humanos llegamos a compartir.

Es por tanto, el mayor grado de paternidad/maternidad que nos corresponde, puesto que al ejercerlo estaríamos posibilitando en seres ya nacidos (fueran o no de nuestra estirpe) su participación en una vida que, por encima de la nuestra propiamente biologíca, procede únicamente de Dios.

En cuanto a lo que dices de la impotencia y de la infertilidad, querido Hola, a mi juicio la impotencia sería una causa de nulidad de un matrimonio siempre que, habiendo contraído matrimonio una pareja con una intención procreadora y sabiendo la parte afectada su condición, la otra parte desconociera este extremo de modo que estaríamos ante una situación que “viciaría” el consentimiento en el acuerdo, ¿no crees?

Por otra parte, la infertilidad no es una causa de nulidad. Piensa que muchas parejas contraen matrimonio a una edad no fecunda…

Como os digo, la esencia del amor cristiano es “compartirse en” y “compartir con otros” el Amor de Dios.

Para su celebración, los contrayentes son los ministros del sacramento, y la unión tiene lugar únicamente cuando consciente y voluntariamente éstos consienten en comprometer su propia vida y existencia a hacer posible la participación entre sí y desde sí con otros, en una vida que sólo proviene de Dios.

Por otro lado, cuando hablamos de distintos métodos anticonceptivos, la idea básica es que por motivos justificados –y aquí me remito a la conciencia de cada uno, no a una lista de supuestos- se puede intentar impedir la unión de óvulo-espermatozoide, pero lo que realmente no es aceptable es destruir un proceso vital ya iniciado –una vida que ya existe, aunque se encuentre en estado de formación- puesto que la vida no nos pertenece, sino que únicamente es de Dios.

Esperemos que pueda aparecer el texto sin novedad (cosa que celebraré)
Un cordial saludo para los dos.

Anónimo dijo...

Bueno, me quedo un poco insatisfecho con la respuesta, de modo que sigo insistiendo…
La impotencia y la infertilidad pueden esconderse ambas a la hora del matrimonio, esa posibilidad no las distingue, sin embargo solo la primera es causa de nulidad.
Por otro lado, cuando hablamos de distintos métodos anticonceptivos, la interrupción del embarazo no está entre ellos. Es la distinción del condón lo que expresamente me llama la atención.
Por un lado, se censura su uso al no permitir uniones “abiertas a la vida” (aunque resulte extraño, parece ser que los creyentes consideran posible contravenir la voluntad de dios con una goma, a pesar de la de nacimientos “no esperados” que nos rodean), y por el otro se menosprecia sus propiedades protectoras con respecto a enfermedades de transmisión sexual, enfermedades que azotan el mundo, especialmente en el continente africano.
En mi opinión, palabrería fruto de su época, que algún día quedará superada…
Saludos

Anónimo dijo...

Verás, querido Hola:
De la infernitilidad como causa de nulidad de un matrimonio cristiano no podría hablarse, porque es un supuesto posterior a la celebración del mismo.

Las causas de nulidad se dan cuando hay vicios en el conocimiento o violentación en la voluntad de los contrayentes con anterioridad a o en el momento en el que el vínculo se contraiga.

En cuanto a lo que dices del preservativo y por supuesto sin menospreciar su valor profiláctico, la idea puede ser la de preconizar que no se impida la fecundación por otros medios que no sea el de la voluntaria contención en cuanto a los tiempos de los supuestos progenitores, dejando para momentos realmente convenientes las relaciones plenas.

De todos modos, y como os decía en mi intervención anterior, siempre que se respete la acción y la existencia de la Vida -ya latente aún en la fase de desarrollo embrionario- creo que -a la vista de sus circunstancias- cada uno debe atenerse al dictámen de su conciencia, porque no es el cumplimiento de una norma lo que te aparta de Dios, sino el deseo consciente de querer mediante nuestra actuación apartarnos de Él.

Éso es, al menos, lo que yo creo.