domingo, 8 de junio de 2008

LA ESCUELA DE FOTOGRAFÍA DE ROMA

Mi viaje a Roma fue un regalo. Me lo hicieron mis hij@s el día de la madre y me ha dado ocasión ciertamente de disfrutar y de descansar. Nada os diré de la ciudad eterna, aunque todo lo que de Roma se percibe se puede referir: historia, arte, vestigios ancestrales, boato, manifestación de la sacralidad... Es ciertamente un regalo para los sentidos.

Pero, puestos a comparar, me pregunto qué pensaría un/a roman@ ante mi imagen favorita del Crucificado: el Cristo, la cruz, y una cristalera de alabastro de fondo como único adorno.

Ha sido esta imagen precisamente la que yo me he preocupado por mantener en mi cabeza como punto de referencia de cuanto veía, porque sabía que en todo cuando veía había un antes y un después... Un antes y un después de mi Cristo, atestiguado por siglos de realización del espíritu humano en su coyuntural contextualización.

Mi imagen -de la que yo os hablo- la encontraríamos en la abadía cisterciense de Cañas -en La Rioja- y para mirarla, es necesaria la elevación.

Para S. Bernardo de Claraval -fundador de la orden de l@s cistercienses- la luz era signo de la presencia de Dios en la historia, y os diré que yo comparto tal apreciación. La luz frente a la oscuridad. La luz que nos pone de manifiesto la oscuridad.

Así pues, con un objetivo -el de no desviar mi mirada del Cristo de la Luz- y equipada con mi trípode, mi diafragma y mi gran angular, es como procuré captar yo cuanto veía con la pretensión de no dejar velar la película de mi cámara con el resplandor que provenía de mi propio flash.

Las fotos que yo hice, me temo que no tienen materialidad. Me dediqué a captar el espíritu de las gentes a lo largo de los siglos, de esa gran ciudad.

Quise sentirme una romana más y tratar de coexistir con ellos a través de los distintos avatares y de las distintas concepciones de las que habla su materialidad: república, imperio, monarquía, politeísmo, monoteísmo, guerras, supervivencia...

Ahí estaba y está nuestra Luz, pero tal vez a ell@s -como a nosotr@s- pese a vislumbrarla les fuera dificil reconocerla. En nuestra Roma, en nuestro día a día, también hay politeísmos. También tendemos a sintetizar y a componer a nuestra manera la Luz. Hay guerras, supervivencia...

Pero lo que Roma nos dice es que esa luz existe, porque de ello dieron testimonio "iluminados" como Pedro y Pablo y algunos más. Todos ellos fueron auténticos fotógrafos de la Verdad. Fotógrafos admirables que descubrieron una nueva técnica.

En realidad no eran diferentes de tí y de mí. A lo largo de su vida realizaron múltiples instantáneas a través de las cuales podemos observaro los claros-oscuros de su fe.

Pero un día llegó en el que descubrieron que otro tipo de ensayo producía unos mejores efectos. Aunque las vieran, ya no fotografiarían sus obras y sus circunstancias, sin dejar que fueran traspasadas por una luz que, aunque no proviniera de ellos, sí estaba en su interior.

Allí estaba su laboratorio, y desde allí nos enseñaron a revelar.

Con ello "crearon escuela", una escuela que fué expandiéndose desde Roma hasta los últimos confines del orbe en la actualidad.

Con su experiencia nosotr@s aprendimos, y también con sus ensayos aprendimos a ensayar.

Sin embargo, el mayor de sus hallazgos, lo que quizá sea su mayor aportación a la Escuela de Fotografía de la Verdad, sea el hacernos comprender que "el laboratorio de objetivación de la Verdad", es decir, el taller de revelado de la misma, está en nuestro interior -como diría S. Juan de la Cruz-.

No es en lo que vemos con nuestros ojos en lo que encontraremos la Verdad, sino que lo haremos únicamente dejándonos impregnar con su Luz en la película personal de nuestra comprensión.

Esta es, por tanto, la fotografía sobre la verdad de Roma que en este viaje he efectuado para vosotr@s.

Con infinito cariño...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que sea largo el viaje. Si es así de fructífero, que sea largo

Anónimo dijo...

Éste no lo había leído yo, pero te ha quedado chulísimo