martes, 24 de junio de 2008

HONRA AL MÉRITO

Sabéis que en cada celebración que considero relevante, en la medida en que dispongo de ello me gusta ofreceros algún texto digno de consideración. Tenemos en esta ocasión la reflexión del P. Larrazkueta sobre la figura de Juan el Bautista, quien nos dice lo siguiente:

“Normalmente la liturgia no celebra el nacimiento de los santos, y cuando lo celebra es porque tiene un motivo serio para hacerlo.

La celebración del nacimiento de Juan el Bautista puede darnos una explicación que justifique la figura de este hombre, “el más grande de los nacidos de mujer”, cuyas características son: valentía, austeridad, fidelidad hasta la muerte, y todo esto para anunciar a Jesús, para desvelar el Evangelio, para que la Palabra del Mesías encuentre un campo propicio donde poder dar fruto en abundancia.

Si Juan Bautista fue algo, fue un valiente, alguien que nunca buscó complacer ni acomodarse a nadie con su predicación; hoy lo llamaríamos un rebelde, un hombre derecho de tomo y lomo, un hombre sin pelos en la lengua, un hombre que llamaba a las cosas por su verdadero nombre, un hombre que rompía las espiritualidades de pacotilla, un hombre que jamás se avergonzó de predicar lo que creía.

Su predicación fue valiente y nada contemporizadora: lo que tenía que decir lo decía a quien quisiera oírle, y también a quien no quería escucharle, porque nunca aduló; porque nunca eludió la dificultad aunque su predicación resultase desagradable, molesta e hiriente.

Convertíos, es el lema de su predicación. Convertíos porque el Reino de Dios está cerca y tenéis que cambiar de vida porque con conciencia de pecado no puede aceptarse el Reino.

Romped las cadenas del que sufre: romped las cadenas porque la Buena Nueva es ante todo liberación y salvación para todos los hombres, pero en especial para los que sufren.

Limpiad vuestros corazones. Limpiadlos, porque con los corazones sucios no podéis aceptar al Mesías. Preocupaos menos por lo externo y cuidad más de lo interno: prestad más atención al corazón que a las manos.

Haced penitencia porque lo necesitáis. Haced penitencia porque en vuestras vidas hay muchas cosas que arreglar, y si no las arregláis no podréis entrar en el Reino.

Pero lo grande de Juan no fueron las palabras: lo grande de Juan fue su vida.

Porque esto que predicaba lo vivía en su persona. Austero hasta las últimas consecuencias, podía predicar lo que predicaba porque primero lo había vivido en carne propia: no había ruptura entre su palabra y su obra y en esta coherencia estaba la fuerza de su predicación.

Pero el gran rasgo de Juan era esa mezcla de valentía y de sencillez. Sabía hasta dónde llegaba su papel y nunca se sobrepasó. Su labor era la de precursor, la de anunciador, la de llevar a los hombres a Jesús sin arrogarse un ápice del papel de Mesías.

“No soy quien vosotros pensáis, pero después de mí…”
“Conviene que Él crezca y yo mengüe”…

Y esta misión la lleva hasta el final de su vida: escogido por Dios “desde las entrañas maternas”, no se frena ante el tiempo, ni se frena ante las personas.

Y si tiene que condenar, condena. Y si debe llamar “adúltero” a Herodes lo hará, aunque sepa que llamarle “adúltero” a la cara a quien manda sólo puede terminar de una forma: con la cabeza cortada.

Celebrando esta fiesta deberíamos plantearnos una serie de preguntas serias. Igual que Juan hemos recibido nosotros una misión, una misión que no puede ser reemplazada por nadie: la misión de testimoniar nuestra fe, fe que es una gracia de Dios, ¡fe que es también una gran responsabilidad!

¿Sabemos llevar esta fe a quien lo necesita? ¿Hasta qué punto sabemos aproximarnos hoy a las angustias y a las aspiraciones de quienes están hoy a nuestro lado?

La fe no se predica a distancia ni separada de la justicia; sin acercarnos a donde está el dolor; sin remediar las situaciones de injusticia. Nuestra predicación es fría e impersonal; es incapaz de tener eco y acogida; es solamente “música celestial” que puede complacer nuestros oídos, que puede halagar a los que nos escuchan, pero que no llega a donde debe llegar.

¿Somos conscientes de que ser hoy cristianos es facilitar a los demás el encuentro con Jesús? ¿Predicamos a Jesús, o nos predicamos a nosotros mismos?

Cuando la situación se pone adversa, ¿somos capaces de mantener una actitud valiente, o nos echamos atrás dejando de dar testimonio para otra ocasión más comprometida?

¿Cómo llevamos a término la misión que nos ha sido confiada en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestra sociedad?

Alegrémonos en la fiesta de San Juan Bautista. Demos gracias a Dios en esta Eucaristía por el ejemplo de su testimonio, por el ejemplo de su vida coherente.

Pidamos a Dios por medio de S. Juan la gracia de la coherencia para nuestras vidas, la gracia del cumplimiento de nuestra cocción con sencillez, con fidelidad, con valentía.”

Que así sea.

Como veis, ésta es una ocasión excelente para respondernos a nosotros mismos sobre todos los cuestionamientos que nos hace el P. Larrazkueta…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Juan Bautista, el Gran Anunciador de Jesús, que murió por ser bueno a manos de un rey que era malo. Este es un trazo muy resumido de lo que la Iglesia dice del personaje, pero hay quienes piensan de modo diferente.

En Juan 1,20, el evangelista pone en boca del Bautista las siguientes palabras: “Yo no soy el Mesías”. Algunos piensan que esa afirmación no hacía falta hacerla si realmente no hubiese habido muchos, en tiempos del Bautista, que creían que realmente él era el Mesías esperado que instauraría el Reino de Dios en Israel, la llegada del cual que no paraba de anunciar.

Flavio Josefo, que no pretendía hacer teología sino una crónica histórica, hacia el año 93, escribió:

“Herodes (Antipas) hizo matar al Bautista a pesar de ser un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo... Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio. De lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conspiración. Es así como por estas sospechas de Herodes fue Juan encarcelado y enviado a la fortaleza de Maqueronte, y allí fue muerto (Antigüedades de los judíos XVIII 116-119)”.

Luego, Juan Bautista, no fue muerto por ser bueno sino porque el rey temía una rebelión mesiánica por parte de sus seguidores, pues es claro que en el nuevo reino ni a Herodes Antipas, ni a nada que tuviese relación con el poder extranjero que dominaba Israel, se les reservaría lugar alguno.

Y si Juan Bautista era un simple anunciador que se apartó para dejar paso al Mesías auténtico, ¿cómo se explica el pasaje de Hechos 19, 1-4, en que unos seguidores de Juan El Bautista, que fueron bautizados según el bautismo de conversión de aquel, dicen, muerto ya Jesús, que desconocen la existencia de ningún espíritu santo y tiene que ser Pablo quien sorprendentemente les enseñe lo que su maestro enseñaba: que Juan bautizaba para que se creyese en quien venía después de él, en Jesús? Y esto es durante el tercer viaje misionero de Pablo, veinte años después de muerto Jesús.

Tendremos que reconocer que quizás las cosas no fueron exactamente tal como se dice que ocurrieron. El resto del artículo me parece bien: “La fe no se predica a distancia ni separada de la justicia; sin acercarnos a donde está el dolor; sin remediar las situaciones de injusticia. Nuestra predicación es fría e impersonal; es incapaz de tener eco y acogida; es solamente “música celestial” que puede complacer nuestros oídos, que puede halagar a los que nos escuchan, pero que no llega a donde debe llegar”.

Anónimo dijo...

Lo primero de todo, muy bienvenido, querido Joaquim).

Mis respetos hacia tu intervención. Ya sabes que siempre digo que tus intervenciones nos enriquecen.

Lo que en esta ocasión espero con interés, es la intervención del P. Larrazkueta, cosa que supongo tendrá lugar…

Mientras tanto, ensayaré yo una pequeña intervención.

Verás:

Realmente en tiempos de Jesús no sólo se esperaba, sino que se esperaba con suma impaciencia y expectación el advenimiento del Mesías habida cuenta de la situación del pueblo de Israel.

Como ya hemos dicho en ocasiones, el contenido del Evangelio ha sido escrito años después de lo acontecido y en base a los testimonios transmitidos a cristianos de la primera generación (cosa que por lo demás sucede con el testimonio de Flavio Josefo por lo que dices)...

Es indudable que la posibilidad del advenimiento de un Mesías “con poder político” conturbaría el ánimo de Herodes a la hora de tomar su decisión, pero –aunque así fuera- no parece que se desvirtúe para nada la figura y la actuación del Bautista según nos la presenta el P. Larrazkueta, ¿no crees?...

Por lo demás, y ante un determinado carisma, una cosa es el fundador de una corriente y otra sus seguidores.

Que los seguidores del Bautista no comprendieran lo que S. Juan predicaba mientras estaba con ellos hasta hacer suya la predicación de Pablo, supongo que sería porque cuanto les dijo no les era significativo, porque para ellos no era algo real (como lo fue para los testigos de la Pasión, Muerte y Resurrección, Ascensión, apariciones, etc de Nuestro Señor, por no decir tras observar en sí mismos los efectos de la acción del Espíritu Santo como ocurrió tras Pentecostés).

No se lo que te parecerá lo que te digo, pero espero que la intervención del P. Larrazkueta me mejorará…

Un cordialísimo saludo

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con el Padre Larrazkueta en que Juan el Bautista fue un personaje muy radical que llamaba a la conversión inmediata, que administraba un bautismo de purificación, que proclamaba la inminente instauración del Reino de Dios en la Tierra y la llegada del juicio (por eso la necesidad de la conversión). Y más cosas. Sólo que, aparte de eso, es posible que interesadamente se haya maquillado un poco algún aspecto de su vida.

¿De verdad te parece plausible que después de formar parte del grupo del Bautista, de haberle oído con asiduidad, de dedicarse a ir por el mundo a predicar su mensaje, sus discípulos no hubieran entendido nada de nada? A mí me parece que el recurso a la incapacidad de algunos de entender lo más mínimo también responde a una visión interesada de las cosas. Si Juan Bautista se dedicó a anunciar a Jesús ¿cómo es posible que sus discípulos no pillaran mensaje tan sucinto?

Saludos y perdón.

Anónimo dijo...

¿Y no pasó lo mismo con los discípulos de Jesús, Joaquim?... ¡Y éso que desde el comienzo de su vida pública le veían hacer milagros a diario!

La diferencia del antes y el después está en la venida del Espíritu Santo.

La comprensión de Dios no depende de nuestra capacidad de entender. No hay personas más o menos capaces de comprender a Dios.

Es suficiente con no negarse a Él, porque para que nosotros lleguemos a hacer nuestra la comprensión de Dios es necesaria la acción del Espíritu Santo que nos permita superar nuestra limitación.

Lo dicho por Juan lo captarían, pero Jesús no respondía a sus expectativas. No podían entender cómo el Mesías era el Siervo de Yahvé, ni qué tuviese aquello que ver con la situación del pueblo de Israel.

Creo que a tí nunca puede perdonársete. Lo único que cabe es agradecerte.

A ver si aparece el P. Larrazkueta.