sábado, 28 de junio de 2008

SAN PEDRO, SAN PABLO, Y EL DÍA DEL SEÑOR

La liturgia de estos días anda un poco revuelta, porque en este domingo no celebramos la correspondiente del tiempo ordinario, sino la festividad de S. Pedro y S. Pablo. La homilía del P. Larrazkueta es brillante. Os la sugiero.

“No deja de ser curioso que la liturgia haya unido a dos santos con unas psicologías personales tan diferentes. Pedro y Pablo son dos caracteres opuestos, tan opuestos que más de una vez discreparon en temas de mucha importancia dentro de la Iglesia.

Cada uno, como consecuencia de su forma propia de ser, entendían el Evangelio de forma distinta y discutían fuertemente cuando quisieron establecer la forma de predicarlo.

Y, sin embargo, cada uno con su personalidad propia, cumplieron perfectamente con su misión

Y es que el Evangelio se puede predicar de muchas maneras, aunque a la larga no haya más que una manera de hacerlo: dando testimonio personal de lo que se predica –y en esto si estuvieron de acuerdo Pedro y Pablo-

El martirio limó todas las diferencias de estos dos caracteres tan diferentes. La sangre vertida por Cristo, con la que testimoniaron su predicación, hizo mucho más creíble el Evangelio que de forma tan distinta predicaron.

Pedro es posiblemente la figura humana más conocida del Evangelio. Conocemos su familia, su oficio, su lugar de nacimiento; sabemos que estaba casado y que tenía suegra, y el Evangelio nos da muchos rasgos también de su carácter.

Hombre de pueblo, rico en contrastes, capaz de pasar de la euforia al hundimiento, del “sí” al “no” con excesiva facilidad; un hombre que con el mismo empeño dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”, “¿A dónde iremos si tú sólo tienes palabras de vida eterna?”, y con una gran cobardía ante una sirvienta se encoje y niega: “Mujer. No se lo que estás diciendo. ¡No le conozco!”

Un hombre valiente para decir “Aunque tenga que morir por ti, no te negaré”, y un hombre cobarde que huye de Getsemaní, que se encierra con las puertas y ventanas clavadas por miedo en el Cenáculo, pero que no se achanta ante una multitud en Pentecostés.

Pablo es distinto y él mismo nos cuenta su vida antes de su conversión: judío engreído de su origen, judío de aquellos que Jesús dijo que recorrían el mundo por hacer un prosélito, judío aferrado a las ordenanzas de la ley externa, cargado de ritos y prescripciones convencido de que lo que llevaba entre manos era lo que Dios le pedía y que él tenía que predicarlo como él lo veía, y como todo fariseo “autosuficiente” y orgulloso de serlo.

Lo sacamos nosotros de sus cartas: hombre de un carácter difícil y a veces endiablado, con una grandísima facilidad para chocar con todas las comunidades cristianas por donde pasaba.

Y lo grande de Dios. es que sobre este elemento humano (debilidad, generosidad, petulancia y autosuficiencia) es sobre el caldo de cultivo donde actúa la Gracia.

Y estos dos hombres, con su parte positiva –que la tenían-, y con su parte negativa –que no les faltaba- reciben una misión. Pedro, ser cabeza de la presencia de Cristo en la Iglesia. Pablo, ser el cauce por el que el Evangelio deja de ser judío y se hace universal.

Solemos decir que no hay “peor cuña que la de la misma madera”, y que “mal domado, buen domador”, y es cierto. Tan cierto, que Dios muchas veces aplica estas normas.

¿Quién puede ser la cabeza de una Iglesia de pecadores?. Pues posiblemente sólo un gran pecador y un inconsecuente como Pedro, pero a condición de que tenga también un gran corazón como Pedro.

“Tú, Señor, lo sabes todo. ¡Tú sabes que yo te amo!”.

Sabes que quise ser bueno y fui malo. Sabes que quise ser el primero y he sido el peor de todos, ¡pero lo que mejor sabes es “que te amo”!

¡¡Éste es el hombre que vale para Cabeza de la Iglesia!!, y esto por una razón sencilla: porque ya nunca podrá sentirse superior a nadie; porque siempre sabrá comprender a los inconsecuentes y a los caídos; porque nunca podrá decir “ser fuertes” porque él fue débil y lo único que podrá decirnos es que lo importante en la vida es que no olvidemos que lo único que vale es el amor.

¿Y San Pablo?. ¿Quién podrá ser el predicador de los gentiles?. ¿Quien sea capaz de romper el círculo del Evangelio que limitaba la salvación solamente a los judíos?

Pues solamente quien ha roto antes con la autosuficiencia. Sólo el que ha olvidado la soberbia de una ley pesada e insoportable que lo fariseos la imponían, pero que ni ellos la llevaban ni la podían llevar.

Y la luz que ciega a Pablo y le hace caer a tierra tira de otras muchas posturas que él tenía como intocables: después de Jesús no importa ser circunciso o incircunciso, porque lo que salva no es el prepucio, sino la fe en Jesús; después de Jesús no importa ser griego o judío, porque Dios no ha hecho fronteras; después de Jesús no importa ser hombre o mujer, porque los dos salieron de las mismas manos de Dios.

Nuestra celebración litúrgica de la fiesta de estos santos debe ser mucho más que el recuerdo de la verdad histórica de sus vidas. Es una invitación a celebrar la institución del papado en la Iglesia. Un papado de servicio; un papado de fortalecimiento en la fe de los pequeños y débiles; un papado de acogida al pecador y al equivocado; un papado de cercanía al dolor, al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte, pues ahí fue donde estuvo Jesús.

La fiesta de hoy es una invitación a celebrar la universalización de una Iglesia abierta a todos los hombres de todos los niveles sociales; sin distinción de colores y culturas; sin diferencias de hemisferios Norte y Sur; una Iglesia más acogedora a los profetas de nuestro tiempo, a ésos que hoy buscan nuevos caminos -como Pablo hace veinte siglos- para hacer hoy el Evangelio más comprensible a los hombres.

Una Iglesia abierta a esos hombres, que buscan nuevos métodos, y que no por el hecho de ser nuevos han de ser en principio sospechosos”

¡Francamente buena, ¿no creéis?!...

1 comentario:

Anónimo dijo...

No se me había ocurrido pensar en S. Pedro y S. Pablo de ese modo, pero creo que el P. Larrazkueta tiene razón, que para combatirlo es muy positivo conocer el mal y haber renunciado a él