lunes, 30 de junio de 2008

UNA CUESTIÓN DE CLASE

¡No me digáis que no os habéis preguntado en alguna ocasión sobre si la clase existe, o si vosotr@s tenéis o no tenéis clase!.

Se trataría en realidad de una pregunta retórica, puesto que es éste un concepto que -supuesto que la tuviéramos- no nos pertenecería, y del que su condición tampoco variaría en ningún caso con nuestra apreciación.

Podemos hablar de ella en términos de pertenencia, y también en términos de categorización. Si así lo hacemos, es claro que tod@s pertenecemos a una u a otra clase, pero lo que yo pretendo mediante este artículo es relacionar la clase con nosotr@s mism@s en base a nuestro saber estar.

Como tal, la clase es un concepto que en ocasiones atribuimos -o que acaso se nos atribuye- que deja de serlo tal cuando se convierte en algo impostado, puesto que la clase no es algo que deba perseguirse por ella mismo, ni que podamos valorar en nosotr@s mism@s sin que suponga por ello una muestra de vanidad.

La cuestión es que es un concepto que concita a ser.

Sin embargo, en ocasiones confundimos clase con apariencias, e incluso llegamos a presumirla en nosotr@s mism@s y en l@s demás supuesta una cierta capacidad económica, una buena formación académica, o un elevado nivel social, cuando que la verdadera clase no tiene que ver necesariamente con todo esto, aunque las circunstancias digamos que tienen su influencia en una necesaria contextualización.

La cuestión es que la realidad se impone y nuestra fantasía se desvanece por ella misma, puesto que la manifestación de la clase tiene que ver únicamente y como os decía, con nuestro saber estar.

No es algo que se adquiera con una actuación aislada, ni tiene que ver tampoco con una puntual puesta en escena de un escenario meramente material, sino que es algo que tiene que ver con nuestras opciones, y que se mantiene en el tiempo en base a la coherencia de nuestra actuación.

No quiero decir con esto que una persona deba hacer siempre las cosas de igual modo, ni tampoco que deba responder de la misma manera ante una diferente situación, puesto que lo que la clase supone es nuestro saber estar “en las circunstancias” y “pese a las circunstancias”.

Para ello es necesario conocernos a nosotr@s mism@s, y también nuestra capacidad.

Así, en consideración a lo que somos y en cada una de las circunstancias, vamos –haciendo uso de nuestras capacidades- construyendo con nuestros actos una a modo de integral, que es la que a lo largo de nuestra vida pone de manifiesto lo evolucionado de nuestro ser.

Creo, por tanto, que una persona “con clase” es una persona evolucionada.

Supongo que –como yo- conoceréis a personas de ese tipo pertenecientes a cualquier condición. Si nos preguntáramos qué tienen en común personas tan variopintas, coincidiríamos en que lo que tienen en común es su opción por el bien. No por "su propio bien" y ni siquiera por "lo bueno", sino sencilla y permanentemente "por el bien"

Pensémoslo un poco.

La clase es algo que sólo se tiene en su integridad. No se tiene mediante el desarrollo de una determinada cualidad, sino por lo evolucionado en el conjunto de ellas.

El resto es contextualización y-cuando lo que os digo falta- simple apariencia, porque sólo con la manifestación del bien hecho realidad en una determinada persona, se percibe la verdadera clase de la misma.

Cuando hablábamos de las virtudes y decíamos que todas ellas formaban parte del denominado “cuerpo de virtudes”, era esto lo que queríamos decir. Una persona con clase, es una persona prudente, justa, fuerte y equilibrada. Puede ser puntual y hacendosa, además, pero hasta aquí sólo estaríamos hablando de lo que podríamos considerar “clase visible” de una persona.

Sin embargo en realidad existe también una “clase supra”, que coincidiría con la de personas que hubieran adquirido un tipo de virtudes diferentes: la fe, la esperanza y la caridad. También paulatinamente. También mediante la realización de actos tendentes a su adquisición.

Pero lo que realmente caracteriza a estas virtudes, es que nosotr@s somos “pacientes” suyos, puesto que mediante nuestros actos no hacemos sino reaccionar –eso sí, favoreciéndolas- como efecto de su acción.

Es el Espíritu Santo quien hace que sean para nosotr@s y ante nosotr@s una realidad, y a partir de ahí es cuando comienza nuestro progreso hacia l "clase superior": una clase que –curiosamente- nos “desclasifica”, porque nos hace vernos como herman@s sea cual fuere nuestra condición.

Espero que este análisis sin pretensiones os satisfaga, y que todos aspiremos a esa clase superior que íntimamente intuimos nos corresponde.

Que así sea.
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sábado, 28 de junio de 2008

SAN PEDRO, SAN PABLO, Y EL DÍA DEL SEÑOR

La liturgia de estos días anda un poco revuelta, porque en este domingo no celebramos la correspondiente del tiempo ordinario, sino la festividad de S. Pedro y S. Pablo. La homilía del P. Larrazkueta es brillante. Os la sugiero.

“No deja de ser curioso que la liturgia haya unido a dos santos con unas psicologías personales tan diferentes. Pedro y Pablo son dos caracteres opuestos, tan opuestos que más de una vez discreparon en temas de mucha importancia dentro de la Iglesia.

Cada uno, como consecuencia de su forma propia de ser, entendían el Evangelio de forma distinta y discutían fuertemente cuando quisieron establecer la forma de predicarlo.

Y, sin embargo, cada uno con su personalidad propia, cumplieron perfectamente con su misión

Y es que el Evangelio se puede predicar de muchas maneras, aunque a la larga no haya más que una manera de hacerlo: dando testimonio personal de lo que se predica –y en esto si estuvieron de acuerdo Pedro y Pablo-

El martirio limó todas las diferencias de estos dos caracteres tan diferentes. La sangre vertida por Cristo, con la que testimoniaron su predicación, hizo mucho más creíble el Evangelio que de forma tan distinta predicaron.

Pedro es posiblemente la figura humana más conocida del Evangelio. Conocemos su familia, su oficio, su lugar de nacimiento; sabemos que estaba casado y que tenía suegra, y el Evangelio nos da muchos rasgos también de su carácter.

Hombre de pueblo, rico en contrastes, capaz de pasar de la euforia al hundimiento, del “sí” al “no” con excesiva facilidad; un hombre que con el mismo empeño dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”, “¿A dónde iremos si tú sólo tienes palabras de vida eterna?”, y con una gran cobardía ante una sirvienta se encoje y niega: “Mujer. No se lo que estás diciendo. ¡No le conozco!”

Un hombre valiente para decir “Aunque tenga que morir por ti, no te negaré”, y un hombre cobarde que huye de Getsemaní, que se encierra con las puertas y ventanas clavadas por miedo en el Cenáculo, pero que no se achanta ante una multitud en Pentecostés.

Pablo es distinto y él mismo nos cuenta su vida antes de su conversión: judío engreído de su origen, judío de aquellos que Jesús dijo que recorrían el mundo por hacer un prosélito, judío aferrado a las ordenanzas de la ley externa, cargado de ritos y prescripciones convencido de que lo que llevaba entre manos era lo que Dios le pedía y que él tenía que predicarlo como él lo veía, y como todo fariseo “autosuficiente” y orgulloso de serlo.

Lo sacamos nosotros de sus cartas: hombre de un carácter difícil y a veces endiablado, con una grandísima facilidad para chocar con todas las comunidades cristianas por donde pasaba.

Y lo grande de Dios. es que sobre este elemento humano (debilidad, generosidad, petulancia y autosuficiencia) es sobre el caldo de cultivo donde actúa la Gracia.

Y estos dos hombres, con su parte positiva –que la tenían-, y con su parte negativa –que no les faltaba- reciben una misión. Pedro, ser cabeza de la presencia de Cristo en la Iglesia. Pablo, ser el cauce por el que el Evangelio deja de ser judío y se hace universal.

Solemos decir que no hay “peor cuña que la de la misma madera”, y que “mal domado, buen domador”, y es cierto. Tan cierto, que Dios muchas veces aplica estas normas.

¿Quién puede ser la cabeza de una Iglesia de pecadores?. Pues posiblemente sólo un gran pecador y un inconsecuente como Pedro, pero a condición de que tenga también un gran corazón como Pedro.

“Tú, Señor, lo sabes todo. ¡Tú sabes que yo te amo!”.

Sabes que quise ser bueno y fui malo. Sabes que quise ser el primero y he sido el peor de todos, ¡pero lo que mejor sabes es “que te amo”!

¡¡Éste es el hombre que vale para Cabeza de la Iglesia!!, y esto por una razón sencilla: porque ya nunca podrá sentirse superior a nadie; porque siempre sabrá comprender a los inconsecuentes y a los caídos; porque nunca podrá decir “ser fuertes” porque él fue débil y lo único que podrá decirnos es que lo importante en la vida es que no olvidemos que lo único que vale es el amor.

¿Y San Pablo?. ¿Quién podrá ser el predicador de los gentiles?. ¿Quien sea capaz de romper el círculo del Evangelio que limitaba la salvación solamente a los judíos?

Pues solamente quien ha roto antes con la autosuficiencia. Sólo el que ha olvidado la soberbia de una ley pesada e insoportable que lo fariseos la imponían, pero que ni ellos la llevaban ni la podían llevar.

Y la luz que ciega a Pablo y le hace caer a tierra tira de otras muchas posturas que él tenía como intocables: después de Jesús no importa ser circunciso o incircunciso, porque lo que salva no es el prepucio, sino la fe en Jesús; después de Jesús no importa ser griego o judío, porque Dios no ha hecho fronteras; después de Jesús no importa ser hombre o mujer, porque los dos salieron de las mismas manos de Dios.

Nuestra celebración litúrgica de la fiesta de estos santos debe ser mucho más que el recuerdo de la verdad histórica de sus vidas. Es una invitación a celebrar la institución del papado en la Iglesia. Un papado de servicio; un papado de fortalecimiento en la fe de los pequeños y débiles; un papado de acogida al pecador y al equivocado; un papado de cercanía al dolor, al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte, pues ahí fue donde estuvo Jesús.

La fiesta de hoy es una invitación a celebrar la universalización de una Iglesia abierta a todos los hombres de todos los niveles sociales; sin distinción de colores y culturas; sin diferencias de hemisferios Norte y Sur; una Iglesia más acogedora a los profetas de nuestro tiempo, a ésos que hoy buscan nuevos caminos -como Pablo hace veinte siglos- para hacer hoy el Evangelio más comprensible a los hombres.

Una Iglesia abierta a esos hombres, que buscan nuevos métodos, y que no por el hecho de ser nuevos han de ser en principio sospechosos”

¡Francamente buena, ¿no creéis?!...
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jueves, 26 de junio de 2008

UNA MEDIDA POLÍTICA

El primero de los artículos perteneciente a esta serie será el que nos remite D. Rafael Vargas (comentarista habitual del Diario de Ibiza) en el que se nos habla de la problemática generada en la isla por una medida política relacionada con la asignatura de Educación para la Ciudadanía y la titulación propia y correspondiente a la Enseñanza Secundaria. Con él comenzaremos a medir el acierto o no de haber incluido esta sección.

Dice así:

"María Janer, directora general de Inspección Educativa de la conselleria de Educación y Cultura, nos anuncia que el Govern denegará el título de Educación Secundaria «a todos los alumnos que no estudien la asignatura de Educación para la Ciudadanía».

Dice cosas como que «nosotros no contemplamos la posibilidad de la objeción de conciencia de esta materia», y se permite una simpleza: compara la objeción que ella no contempla con una «objeción a pagar impuestos».

Esa denegación está destinada a infundir en los padres objetores el miedo a tener hijos sin titulación, lo que es condenarlos al extrarradio social; pero si la señora Janer es consecuente llegará a conclusiones lógicas: dado que los padres son responsables conscientes del dislate, debe llevarlos ante el juez y retirarles la patria potestad.

Porque campos de reeducación, tan prestigiados en el modelo soviético, aún no tenemos.

Mi generación recuerda el miedo con que el franquismo intentaba tenernos a raya: expulsión de la universidad y quedarse sin título; pero hasta el franquismo cubría las apariencias con tribunales especiales, impedimento que esta señora se pasa por el arco del triunfo con una seguridad que hace temer de lo que puede ser capaz si la dejan.

Menos mal que, aunque ella no lea la Constitución, por encima de la señora Janer nos asiste el Convenio Europeo de Derechos Humanos: «A nadie se le puede negar el derecho a la instrucción.

El Estado, en el ejercicio de las funciones que asuma en el campo de la educación y de la enseñanza, respetará el derecho de los padres a asegurar esta educación y esta enseñanza conforme a sus convicciones religiosas y filosóficas» (protocolo adicional, art. 2), y consecuentemente, el Tribunal de Estrasburgo, a distancia sideral de la señora Janer, ha dictado hace poco dos sentencias que admiten la objeción de conciencia de padres disconformes con el contenido de asignaturas obligatorias.

Parece mentira que a Janer no se lo hayan hecho ver los muchos asesores contratados por el Govern, y pagados por los impuestos de los padres objetores, suponíamos que para evitar atropellos como que echen a sus hijos de la escuela.

Disponer por las bravas del título de secundaria del alumno por esta controvertida maría, cuando nos tienen hechos a la idea de pasar curso con las asignaturas serias pendientes, desnuda la irresponsable concepción de la enseñanza de algunos políticos. Pero Janer piensa (es un decir) que para qué andarse con filosofías, y no se recata en comentar lo minoritarios que son los objetores.

Para Estrasburgo, la «democracia no se reduce a la supremacía constante de la opinión de la mayoría. Exige un equilibrio que asegure a las minorías un tratamiento justo y que evite todo abuso de poder (...) Sólo la dispensa total de la asignatura permitiría velar por el derecho de los padres a la educación de los hijos».

Estos políticos con la boca llena de respeto a las minorías, hasta que la minoría en cuestión les contradice, caen en la paradoja de necesitar que se les eduque en ciudadanía.

Que el miedo es muy eficaz para callar a los disidentes, lo sabe Janer. Quevedo no se dejó («no he de callar por más que con el dedo...»), y lo pagó caro. También lo sabe Muñoz Seca cuando comunica a sus verdugos de las Milicias de Vigilancia de Retaguardia que lo fusilan en Paracuellos : «Podéis quitármelo todo, menos el miedo».

Nos queda, señora Janer, el humor, con el que ni las mentes sectarias consiguen acabar"
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miércoles, 25 de junio de 2008

TEMAS DE DEBATE

Comenzamos hoy con una sección en la que se irán presentando una serie de artículos aparecidos en los medios de comunicación en base a los que trataremos de hacer una elaboración.

Se pretende que hagamos entre tod@s un ejercicio de apologética, es decir, que busquemos razones a favor o en contra de lo argumentado, de modo que lleguemos a conclusiones de lo que pueda o no ser acorde al contenido de nuestra fe.

Lo haremos sintiéndonos Iglesia. Desde el respeto, pero sin concesiones.

Sin falsos temores, puesto que creemos que es en aquello que tememos donde se encuentra precisamente nuestra debilidad.

Bogaremos en suma por la unidad de la Iglesia desde el respeto a la diversidad y denunciando -en su caso- lo que debidamente razonado pensemos se opone a la misma.

Lo haremos así porque creemos que es la Verdad lo que nos hace libres, y que todos estamos llamados a compartir esa Verdad. Pero somos conscientes también de que para que la unidad en la Verdad se produzca, hemos de llegar a concebirla tal como es y no tal y como pueda pretenderse que lleguemos a interpretarla.

A ello dedicaremos nuestros esfuerzos en este apartado. Por cierto, si entre los temas no se encuentra alguno que os interesa, podríamos incluirlo si nos lo remitís a nuestra dirección de contacto, en nuestro enlace Mándanos un e-mailde la barra lateral.

Contamos, pues, con tod@s vosotr@s. Y para que entre tod@s consigamos el objetivo que nos proponemos, le pediremos a Dios que sea su Luz la que nos acompañe y la que a través de nuestras páginas compartamos, con las sinceras aportaciones de cuant@s nos decidamos a participar.
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martes, 24 de junio de 2008

HONRA AL MÉRITO

Sabéis que en cada celebración que considero relevante, en la medida en que dispongo de ello me gusta ofreceros algún texto digno de consideración. Tenemos en esta ocasión la reflexión del P. Larrazkueta sobre la figura de Juan el Bautista, quien nos dice lo siguiente:

“Normalmente la liturgia no celebra el nacimiento de los santos, y cuando lo celebra es porque tiene un motivo serio para hacerlo.

La celebración del nacimiento de Juan el Bautista puede darnos una explicación que justifique la figura de este hombre, “el más grande de los nacidos de mujer”, cuyas características son: valentía, austeridad, fidelidad hasta la muerte, y todo esto para anunciar a Jesús, para desvelar el Evangelio, para que la Palabra del Mesías encuentre un campo propicio donde poder dar fruto en abundancia.

Si Juan Bautista fue algo, fue un valiente, alguien que nunca buscó complacer ni acomodarse a nadie con su predicación; hoy lo llamaríamos un rebelde, un hombre derecho de tomo y lomo, un hombre sin pelos en la lengua, un hombre que llamaba a las cosas por su verdadero nombre, un hombre que rompía las espiritualidades de pacotilla, un hombre que jamás se avergonzó de predicar lo que creía.

Su predicación fue valiente y nada contemporizadora: lo que tenía que decir lo decía a quien quisiera oírle, y también a quien no quería escucharle, porque nunca aduló; porque nunca eludió la dificultad aunque su predicación resultase desagradable, molesta e hiriente.

Convertíos, es el lema de su predicación. Convertíos porque el Reino de Dios está cerca y tenéis que cambiar de vida porque con conciencia de pecado no puede aceptarse el Reino.

Romped las cadenas del que sufre: romped las cadenas porque la Buena Nueva es ante todo liberación y salvación para todos los hombres, pero en especial para los que sufren.

Limpiad vuestros corazones. Limpiadlos, porque con los corazones sucios no podéis aceptar al Mesías. Preocupaos menos por lo externo y cuidad más de lo interno: prestad más atención al corazón que a las manos.

Haced penitencia porque lo necesitáis. Haced penitencia porque en vuestras vidas hay muchas cosas que arreglar, y si no las arregláis no podréis entrar en el Reino.

Pero lo grande de Juan no fueron las palabras: lo grande de Juan fue su vida.

Porque esto que predicaba lo vivía en su persona. Austero hasta las últimas consecuencias, podía predicar lo que predicaba porque primero lo había vivido en carne propia: no había ruptura entre su palabra y su obra y en esta coherencia estaba la fuerza de su predicación.

Pero el gran rasgo de Juan era esa mezcla de valentía y de sencillez. Sabía hasta dónde llegaba su papel y nunca se sobrepasó. Su labor era la de precursor, la de anunciador, la de llevar a los hombres a Jesús sin arrogarse un ápice del papel de Mesías.

“No soy quien vosotros pensáis, pero después de mí…”
“Conviene que Él crezca y yo mengüe”…

Y esta misión la lleva hasta el final de su vida: escogido por Dios “desde las entrañas maternas”, no se frena ante el tiempo, ni se frena ante las personas.

Y si tiene que condenar, condena. Y si debe llamar “adúltero” a Herodes lo hará, aunque sepa que llamarle “adúltero” a la cara a quien manda sólo puede terminar de una forma: con la cabeza cortada.

Celebrando esta fiesta deberíamos plantearnos una serie de preguntas serias. Igual que Juan hemos recibido nosotros una misión, una misión que no puede ser reemplazada por nadie: la misión de testimoniar nuestra fe, fe que es una gracia de Dios, ¡fe que es también una gran responsabilidad!

¿Sabemos llevar esta fe a quien lo necesita? ¿Hasta qué punto sabemos aproximarnos hoy a las angustias y a las aspiraciones de quienes están hoy a nuestro lado?

La fe no se predica a distancia ni separada de la justicia; sin acercarnos a donde está el dolor; sin remediar las situaciones de injusticia. Nuestra predicación es fría e impersonal; es incapaz de tener eco y acogida; es solamente “música celestial” que puede complacer nuestros oídos, que puede halagar a los que nos escuchan, pero que no llega a donde debe llegar.

¿Somos conscientes de que ser hoy cristianos es facilitar a los demás el encuentro con Jesús? ¿Predicamos a Jesús, o nos predicamos a nosotros mismos?

Cuando la situación se pone adversa, ¿somos capaces de mantener una actitud valiente, o nos echamos atrás dejando de dar testimonio para otra ocasión más comprometida?

¿Cómo llevamos a término la misión que nos ha sido confiada en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestra sociedad?

Alegrémonos en la fiesta de San Juan Bautista. Demos gracias a Dios en esta Eucaristía por el ejemplo de su testimonio, por el ejemplo de su vida coherente.

Pidamos a Dios por medio de S. Juan la gracia de la coherencia para nuestras vidas, la gracia del cumplimiento de nuestra cocción con sencillez, con fidelidad, con valentía.”

Que así sea.

Como veis, ésta es una ocasión excelente para respondernos a nosotros mismos sobre todos los cuestionamientos que nos hace el P. Larrazkueta…
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domingo, 22 de junio de 2008

DERECHOS SIN EXCEPCIÓN

Tenéis aquí la impecable intervención del observador permanente de la Santa Sede (Mons. Tomasi) ante las oficinas de las Naciones Unidas en Ginebra durante la octava sesión del Consejo de Derechos Humanos celebrada el 4 de Junio de 2008. Es un interesante texto en el que se podrá comprobar hasta qué punto tiene sentido la gestión política de la Iglesia (a la que, por cierto, ni siquiera se nombra).

Dice así:

“En la lucha contra la pobreza, en especial la pobreza extrema, la comunidad internacional se ha puesto objetivos específicos como los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que son una importante ruta que llevará a un desarrollo más universal. Los diversos “instrumentos pertinentes de las Naciones Unidas y de sus organismos especializados relativos al desarrollo integral del ser humano y al progreso y desarrollo económicos y sociales de todos los pueblos” (Declaración sobre el Derecho al Desarrollo, Res. 41/128, de 4 de diciembre de 1986) mantienen, de hecho, una cultura de justicia y solidaridad global.

El pacto internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (ICESCR) sirve de importante marco para el logro de estos objetivos. Los pasos que se han dado para aumentar su eficacia a través de nuevos mecanismos son un signo de la permanente determinación de buscar la implementación de todos los derechos humanos de forma equilibrada.

El valor universal de la dignidad humana requiere la promoción y la protección de todos los derechos humanos sin distinción de ninguna clase. El nuevo Protocolo Opcional del ICESCR, por tanto, representa un paso positivo hacia un orden social e internacional justo.

Históricamente, los derechos económicos, sociales y culturales se consideraban demasiado vagos para ser objeto de la justicia y base de un procedimiento de queja individual. De alguna forma eran vistos como derechos humanos de segunda clase. Ahora, el texto presentado en la 8ª Sesión del Consejo de Derechos Humanos es un buen compromiso. El nuevo Protocolo Opcional, a través de su sistema de Investigación y Comunicación, da la posibilidad a los individuos y a los grupos de buscar justicia por las violaciones, y refuerza los mecanismos existentes para un control eficaz de la actividad de los estados.

La experiencia de otros cuerpos del Tratado muestra que estos procedimientos pueden ayudar a aclarar y a implementar el contenido normativo de un precepto particular; a llevar a los sistemas de control una visión legal más centrada y ordenada; a concentrarse en una violación concreta de los derechos humanos, teniendo en mente que es necesaria una coherencia que evite su fragmentación.

Aunque pueden surgir diversas posturas ante los derechos humanos, a la luz de “la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana” (Declaración Universal de los Derechos Humanos, Preámbulo 1), es posible llegar a un acuerdo justo. De este modo, las diferencias deberían abrirse camino a un reconocimiento, promoción y protección más dinámicas de los derechos humanos y no sofocar su implementación universal. En conexión con esto, existe la necesidad de adoptar una postura comprehensiva y holística bajo la cual se amparan todos los derechos humanos y no se permitieran reservas.

Señor presidente:

El nuevo Protocolo completará un vacío en el sistema internacional de derechos humanos. No obstante, nuestra labor no estará determinada hasta que cada persona goce del derecho a “un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar” (Declaración Universal de los Derechos Humanos, artículo 25).

Gracias, señor Presidente.”

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viernes, 20 de junio de 2008

EL MIEDO Y EL TEMOR

Éste es el comentario del P. Rainiero Cantalamessa (OFM Cap y predicador de la Casa Pontificia) al evangelio del próximo domingo, XIIº del tiempo ordinario. Las lecturas correspondientes son Jeremías 20, 10-13, Romanos 5, 12-15, y Mateo 10, 26-33 (por si algun@ las quisierais leer), y la inclusión de este texto -así como de la de los que en ocasiones nos remite el P. Larrazkueta, otro de nuestros homiletas favoritos- constituye cada semana la ocasión para recordar en nuestro blog que el domingo es el Día del Señor.


Las palabras del P. Cantalamessa -tan didácticas y comprensibles como siempre- son las siguientes:

“El Evangelio de este domingo ofrece varias sugerencias, pero todas se pueden resumir en esta frase aparentemente contradictoria: “¡Tened temor, pero no tengáis miedo!”. Jesús dice: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna”. No debemos tener temor ni miedo de los hombres; de Dios debemos tener temor, pero no miedo.

Por tanto hay una diferencia entre miedo y temor; trataremos de comprender por qué y en qué consiste. El miedo es una manifestación de nuestro instinto fundamental de conservación. Es la reacción a una amenaza para nuestra vida, la respuesta a un verdadero o presunto peligro: desde el peligro más grande, que es el de la muerte, a los peligros particulares que amenazan la tranquilidad o la incolumidad física, o nuestro mundo afectivo.

Según se trate de peligros reales o imaginarios, se habla de miedos justificados y de miedos injustificados o patológicos. Como las enfermedades, los miedos pueden ser agudos o crónicos. Los miedos agudos han sido determinados por una situación de peligro extraordinaria. Si estoy a punto de ser atropellado por un coche, o comienzo a sentir que la tierra tiembla bajo mis pies a causa de un terremoto, entonces estoy ante miedos agudos. Estos sustos surgen improvisadamente, sin avisar, y así desaparecen al terminar el peligro, dejando quizá un mal recuerdo. Los miedos crónicos son los que conviven con nosotros, se convierten en parte de nuestro ser, e incluso acabamos encariñándonos con ellos. Los llamamos complejos o fobias: claustrofobia, agorafobia, etc.

El evangelio nos ayuda a liberarnos de todos estos miedos, revelando el carácter relativo, no absoluto, de los peligros que los provocan. Hay algo de nosotros que nadie ni nada en el mundo puede quitarnos o dañar: para los creyentes se trata del alma inmortal, para todos el testimonio de la propia conciencia.

Algo muy diferente del miedo es el temor de Dios. El temor de Dios se aprende: “Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor” (Salmo 33, 12); por el contrario, el miedo no tiene necesidad de ser aprendido en el colegio; la naturaleza se encarga de infundirnos el miedo.

El mismo sentido del temor de Dios es diferente al miedo. Es un elemento de fe: nace de la conciencia de quién es Dios. Es el mismo sentimiento que se apodera de nosotros ante un espectáculo grandioso y solemne de la naturaleza. Es el sentimiento de sentirnos pequeños ante algo que es inmensamente más grande que nosotros; es sorpresa, maravilla, mezcladas con admiración. Ante el milagro del paralítico que se alza en pie y camina, puede leerse en el evangelio, “”El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor decían “hoy hemos visto cosas increíbles”” (Lucas 5, 26). El temor, en este caso, es otro nombre de la maravilla, de la alabanza.

Este tipo de temor es compañero y aliado del amor: es el miedo de disgustar al amado que se puede ver en todo verdadero enamorado, también en la experiencia humana. Con frecuencia es llamado “principio de la sabiduría”, pues lleva a tomar decisiones justas en la vida. ¡Es nada más y nada menos que uno de los siete dones del Espíritu Santo (cf. Isaías 11,2)!

Como siempre, el evangelio no sólo ilumina nuestra fe, sino que nos ayuda además a comprender nuestra realidad cotidiana. Nuestra época ha sido definida como una época de angustia (W. H. Auden). El ansia, hija del miedo, se ha convertido en la enfermedad del siglo y es, dice, una de las causas principales de la multiplicación de los infartos. ¿Cómo explicar este hecho si hoy tenemos muchas más seguridades económicas, seguros de vida, medios para afrontar las enfermedades y atrasar la muerte?

El motivo es que ha disminuido, o totalmente desaparecido, en nuestra sociedad el santo temor de Dios. “¡Ya no hay temor de Dios”!, repetimos a veces como una expresión chistosa, pero que contiene una trágica verdad. ¡Cuánto más disminuye el temor de Dios, más crece el miedo de los hombres! Es fácil comprender el motivo. Al olvidar a Dios, ponemos toda nuestra confianza en las cosas de aquí abajo, es decir, en esas cosas que según Cristo, el ladrón puede robar y la polilla carcomer (Cf Lucas 12, 33). Cosas aleatorias que nos pueden faltar en cualquier momento, que el tiempo (¡la polilla!) carcome inexorablemente. Cosas que todos queremos y que por este motivo desencadenan competición y rivalidad (el famoso “deseo mimético” del que habla René Girard), cosas que hay que defender con los dientes y a veces con las armas en la mano.

La caída del temor de Dios, en vez de liberarnos de los miedos, nos ha impregnado de ellos. Basta ver lo que sucede en la relación entre los padres y los hijos en nuestra sociedad. ¡Los padres han abandonado el temor de Dios, y los hijos han abandonado el temor de los padres! El temor de Dios tiene su reflejo y su equivalente en la tierra en el temor reverencial de los hijos por los padres. La Biblia asocia continuamente estos dos elementos. Pero el hecho de no tener temor alguno o respeto a los padres, ¿hace que sean más libres o seguros de sí los muchachos de hoy? Sabemos que no es así.

El camino para salir de la crisis es redescubrir la necesidad y la belleza del santo temor de Dios. Jesús nos explica precisamente en el evangelio que la confianza en Dios es una compañera inseparable del temor. “¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos”

Dios no quiere provocarnos temor sino confianza. Justamente lo contrario de aquel emperador que decía: “Ordenit dum metuant” (¡que me odien con tal de que me teman!). Es lo que deberían hacer también los padres terrenos: no infundir temor, sino confianza. De este modo se alimenta el respeto, la admiración, la confianza, todo lo que implica el nombre de “santo temor””

Hasta aquí las palabras del P. Cantalamessa.

Confío en que –como a mí- os haya gustado, aunque yo considero que no es el temor de Dios lo que se aprende, sino el modo de hacerlo nuestro sabiéndolo interpretar…
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miércoles, 18 de junio de 2008

EL SER DESDE DOS

El pasado sábado hemos celebrado una unión muy singular: se trataba de la de Carlos e Irene o -por mi capricho- de la de Carola e Ireneo, puesto que habiendo llegado por su voluntad los dos a ser uno, sus nombres en ese plano podrían muy bien intercambiarse.

De un realismo no exento de sensibilidad el primero, y de una sensibilidad no exenta de realismo la segunda, lo que celebrábamos en realidad ese día era el onceavo aniversario de su ser como “convivientes” y como “porvivientes”: de su ser en comunidad...

Digo como convivientes y como porvivientes porque ciertamente eso es lo que hacen entre los dos: “vivir con”, y “vivir por”, unidos y desde ellos mismos, con cuanto compone su realidad.

Lo hacen sin fingimiento: no había en la celebración nadie que no tuviera que estar, y tampoco nadie que no deseara asistir.

Me diréis que eso es lo que siempre ocurre en este tipo de eventos, pero yo no creo que sea así.

Era una no-boda (así lo llaman ellos) “sin compromisos”, o mejor, con un sincero compromiso entre ellos mismos, y desde ese mismo compromiso por ellos asumido, con tod@s cuantos teníamos en ese momento -y tendremos si Dios quiere en el futuro- la alegría de compartir su felicidad.

Veréis:

Los tiempos cambian. El modo de celebrar las uniones también. Pero lo que cuando hablamos de verdadero amor no cambia –o al menos no debería hacerlo nunca-, es la disposición de los que se aman a ser en unión.

Irene es ya una hija más.

No porque se haya “no-casado” el sábado con mi hijo, sino porque sin ella, Carlos no sería quien -junto con ella y a partir de ella- ha decidido ser. No digo que no sería como es, sino que realmente “no sería”, porque es ella a quien mi hijo ha elegido para su "ser en común".

Desde su apertura a los demás, nos hacen partícipes a todos de esa unión.

Compartiendo sus vidas generarán nuevas formas de vida, como antes que ellos lo hemos hecho los demás.

Dicen que la vida sólo se merece dándola.

Pero quizá no nos damos cuenta de que el verdadero modo de dar la vida, tiene que ver con nuestro compartirnos en el Amor, y que eso es realmente lo que es –cuando hablamos de una pareja- un verdadero matrimonio.

Quiera Dios, pues, que haciendo realidad el Amor en nuestras vidas, lleguéis a comprender que sólo compartiendo el Amor, animados por el Amor, y motivados por el Amor, merece la pena vivir.

Así, pues, queridos hijos, que Dios os bendiga. Que el Amor con mayúsculas esté siempre presente en vuestra unión, y que a lo largo de vuestra vida seáis siempre conscientes preservadores de esta realidad.

Que así sea.
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lunes, 16 de junio de 2008

¡SED BIENVENIDOS!

Localizadas en los distintos artículos, comienzan a aparecer vuestras primeras intervenciones. A algun@s os conocemos, pero a otr@s no. Lo primero que quiero hacer es daros la bienvenida, así como mostrar mi agradecimiento por vuestra generosa fidelidad.

Nos encontramos ahora en una nueva etapa.

Quienes os hayáis introducido en la página estos días, habréis comprobando que vamos evolucionando en lo que supone su diseño y renovación (por cierto, que podéis indicarnos vuestras sugerencias).

Sin embargo -para quienes no lo supierais os lo diré- no somos un blog nuevo, sino un blog trasladado.

Llevábamos un poquito más de un año en una dirección anterior, y obtuvimos entre tod@s unos muy buenos resultados. Lo más llamativo era el tiempo de permanencia de los lectores, puesto que duplicábamos el estimado como media para blogs de contenidos similares.

Por un lado, a mí me resultaba increíble que a nadie interesara lo que yo tuviera que escribir, pero al mismo tiempo el hacerlo me era necesario.

A la vista de –como os digo- tan esperanzadores resultados, llegué a plantearme el por qué de que las cosas funcionaran tan bien , y la cuestión es que me di cuenta de que era porque tanto mis lectores como yo misma compartíamos una característica: la de ser auténtic@s buscadores de razones para creer -o para no hacerlo- desde la consciencia de que esto suponía para nosotr@s una necesidad.

Razones, pues, nunca han faltado en nuestro blog, y por eso lamento que fundamentalmente vuestras argumentaciones -que tanto me han motivado- pudieran con el blog antiguo desaparecer.

Por eso –y coyunturalmente- procederé a republicar en éste los artículos que incluyen las que más me han gustado, y lo haré también con los artículos que a vosotr@s más os han gustado.

Así, me propongo intercalar “lo nuevo” y “lo viejo”, de modo que conseguiremos reflejar entre tod@s unos resultados de los que ya os iré informando.

Me da también mucha ternura el turno de preguntas, porque aunque en este blog apareciera alguna como la primera, en realidad sería la 17ª de las elaboradas, dejando atrás otras 16 intervenciones llenas de interesante contenido, por lo que –según se vayan planteando los temas- tenderé quizá a reproducirlas para relacionarlas.

En fin...
… que aquí estaremos para vosotr@s tratando de hacer nuestro trabajo lo mejor posible, a fin de tratar de conseguir entre tod@s el mismo clima de cordialidad y respeto que hasta ahora nos ha caracterizado.

Sed, para ello, muy bienvenidos.
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LUZ PARA HOMOSEXUALES Y LESBIANAS

A cuant@s habéis tenido la paciencia y la amabilidad de localizarnos, os doy la bienvenida. Como veis, hemos cambiado un poquito el formato, pero lo que esperamos que perviva es el espíritu de nuestro blog, que no es otro que –desde el respeto a todas las opiniones- continuar compartiendo la común afición que supone nuestra pretensión de seguir progresando entre todos en el conocimiento y la comprensión del ser, de la intención y de “las maneras” para con nosotros de nuestro Padre Dios.

El primer artículo que colgué –en el mes de mayo del pasado año- fue éste que ahora reproduzco, y lo hago en la convicción por un lado de su actualidad, y por otro de que no lo habréis leído, puesto que las primeras estadísticas de las que dispongo pertenecen al mes de Julio y el número de total de visitas en aquel mes fue de 11.

Ahora tendréis ocasión de decirme lo que os parece:

“”La frase con la que pretendo aportar luz a estos colectivos (de homosexuales y lesbianas), aparece publicada el 18 de septiembre de 2004 en la revista electrónica Zenit, servicio diario a través del cual se difunde “una visión del mundo visto desde Roma”, y dice así…
… “Si creemos en serio en nuestros ideales, no tiene sentido tener miedo de nuestros instintos; al contrario, debemos servirnos de ellos para amar y servir aún mejor esos mismos ideales, con más coraje y fantasía”…

Esta afirmación está incluida en una entrevista concedida por Amadeo Cencini, religioso de los Hijos de la Caridad (canosianos), profesor de la Universidad Salesiana y del Instituto de Psicología de la Universidad Gregoriana de Roma, y consultor desde 1995 de la Congregación para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y está destinada a fomentar una comprensión acabada del celibato eclesiástico.

Dentro de la entrevista, y hablando de una posible tendencia homosexual dentro del colectivo de los futuros sacerdotes, tras mantener que no existe prueba científica que demuestre que en el ámbito del celibato eclesiástico este tipo de problemas sea más frecuente que en otros ámbitos de la vida, el entrevistado afirma que:
… “la cuestión de la homosexualidad es una cuestión muy delicada que ha de ser tratada con extrema atención por parte de los formadores, toda vez que en torno a ella, en cuanto a su naturaleza y génesis, en las perspectivas de soluciones y en sus límites, no existe todavía consenso alguno por parte de los estudiosos”.

Aunque el contenido de todas las afirmaciones vertidas en esta entrevista ha de ser interpretado dentro del ámbito del celibato eclesiástico,
… “la concepción de la sexualidad humana como una energía poderosísima creada por Dios y donde habita el Espíritu Santo (una energía que ha de ser integrada en un proyecto personal de vida como dice Amadeo Cencini), nos es particularmente válida para discurrir hasta qué punto esa interiorización de la propia en nuestro proyecto de vida ha de suponer para nosotros ”un crecer positivamente en un amor maduro, en una experiencia progresiva de una relación con Dios, que de verdad puede llenar el corazón humano y hacerlo siempre más capaz de amar, y amar de una manera divina” como dice el mismo Cencini.

Creyendo interpretar correctamente el contenido de esta entrevista, me van a permitir Vds. que formule una serie de consideraciones, que no pretenden sino contribuir a una mejor comprensión de la condición de estos colectivos de homosexuales y lesbianas dentro de la Iglesia y que son las siguientes:

Sucede que, cuando Dios crea a Adán y Eva, crea con ellos el alma humana, y la crea “a su imagen y semejanza”.

Quiere esto decir que el alma humana es masculina y femenina a la vez por haber sido creada a imagen y semejanza de un Dios que es Padre y Madre a la vez,
… y esto quiere decir y supone también, que al ser esa parte esencial del ser humano (el alma), la que éste comparte a un nivel intencional (ámbito a través del que las facultades espirituales se comparten) con otros seres espirituales y con Dios mismo, ninguna de las manifestaciones de esa comunicación puede ser negada o ninguneada…

El resto es un simple corolario:

Como es el alma la que anima el cuerpo, y la concepción de la realidad y de su conveniencia para sí la que fija los objetivos y motiva la conducta del ser humano,
… la consideración que desde fuera nosotr@s podamos hacer de determinadas conductas sexuales como equivocadas o no,
… no nos da derecho y en ningún caso nos capacita, para juzgar (y mucho menos anatemizar) las relaciones de otros seres humanos con Dios, con sus semejantes y con nosotros mismos…

Sólo Dios conoce la rectitud de nuestra intención, porque Suya es nuestra alma,
… alma que todos estamos llamados a compartir, animados por su Espíritu, para mayor gloria de Dios…

Este espíritu que habita en nosotros, y que busca su comunicación contando con nuestra deficiente naturaleza, es también el mismo Espíritu que se nos alcanza a través de los Sacramentos…
… Y sucede que la participación en su común-unión, tanto de cada ser humano en particular, como de los seres humanos entre nosotr@s y en la medida en que seamos capaces de comunicarnos y de compartirnos con Él, no es otra cosa que la Iglesia,
… Una Iglesia a la que pertenecemos, por voluntad de Dios, tod@s los bautizados…

Que Dios nos ayude a no ser excluyentes, y a amarnos un@s a otr@s “con su mismo Amor””

Como veis, lo que pensaba pienso. No se a vosotr@s lo que os parecerá.
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martes, 10 de junio de 2008

LA GRAMÁTICA Y EL VERBO AMAR

Cuando utilizamos comparativos, adverbios, adjetivos, etc. -es decir, cuando estructuramos nuestro lenguaje de ese modo- parece que todo dependiera de nuestra apreciación. Pero realmente esto no es así cuando relacionamos nuestros sintagmas con el significado del verbo amar.

No amamos mucho, poco o tanto, sino que sencillamente amamos porque el amor es algo constitutivo y que no cabe constreñirse a un juego de palabras. De hecho, es cuando no damos valor a las palabras –cuando las mismas no nos condicionan- cuando verdaderamente hacemos nuestro con acierto el significado del verbo amar.

Esto es así porque el Amor no sólo es in-temporal e in-extenso, sino que subyace y prevalece a nuestro modo de ser, de modo que -si algo somos- lo somos “amando” y “amando en relación”.

Es por eso que para referirnos al acto de amar –o a nuestro “amar en acto”- la expresión más adecuada que se me antoja quizá sea la que utilizamos cuando decimos que “nosotr@s” –como integrantes de un todo unificador- “estamos amando” en cada momento de nuestra actualidad -es decir, cuando utilizamos el plural mayestático en la primera persona del plural del presente continuo del verbo amar-.

No nos servirían los presentes de indicativo o de subjuntivo, los pretéritos perfectos o imperfectos, los tiempos futuros o condicionales, puesto que no estamos hablando de algo habitual, de algo pretérito, de algo futuro o de algo condicionado, sino de algo que -aún siendo todo eso también- sin ser actuado en todos nosotr@s y en cada momento, nosotr@s nunca seríamos.

Así pues, hablamos de algo que se nos participa y de lo que participamos participándolo, siendo que por esta participación y por el hecho de participarlo, aquel que actúa se hace actor y en tanto que actúa autor, al tiempo que cobra realidad por nuestra mediación todo lo que a través nuestro está llamado también a tener una existencia real.

La cuestión es que todos tenemos el mismo modo de amar según cada una de las naturalezas, y sin embargo, no todos ponemos nuestro amor en acto con la misma pretensión.

La diferencia estriba en nuestra elección.

No es que sea necesario elegir para amar, puesto que también cuando elegimos estamos amando, sino que la cuestión es que podemos elegir desconocer o no asumir esta realidad.

Eso es lo que sucede cuando juzgamos el Amor o la medida del Amor en función de nuestra elección o según nuestra propia medida, lo cual nos lleva a convicciones ciertamente restrictivas de la realidad.

Porque el Amor es y existe, genera y motiva, opera y se expande con un dinamismo que le es propio y que, sin ser nuestro, por operar a nuestro través forma también parte de nuestra realidad.

Todo esto es lo que decimos cuando utilizamos el plural mayestático en la primera persona del plural del presente continuo del verbo amar, ¿qué os ha parecido?...
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domingo, 8 de junio de 2008

LA ESCUELA DE FOTOGRAFÍA DE ROMA

Mi viaje a Roma fue un regalo. Me lo hicieron mis hij@s el día de la madre y me ha dado ocasión ciertamente de disfrutar y de descansar. Nada os diré de la ciudad eterna, aunque todo lo que de Roma se percibe se puede referir: historia, arte, vestigios ancestrales, boato, manifestación de la sacralidad... Es ciertamente un regalo para los sentidos.

Pero, puestos a comparar, me pregunto qué pensaría un/a roman@ ante mi imagen favorita del Crucificado: el Cristo, la cruz, y una cristalera de alabastro de fondo como único adorno.

Ha sido esta imagen precisamente la que yo me he preocupado por mantener en mi cabeza como punto de referencia de cuanto veía, porque sabía que en todo cuando veía había un antes y un después... Un antes y un después de mi Cristo, atestiguado por siglos de realización del espíritu humano en su coyuntural contextualización.

Mi imagen -de la que yo os hablo- la encontraríamos en la abadía cisterciense de Cañas -en La Rioja- y para mirarla, es necesaria la elevación.

Para S. Bernardo de Claraval -fundador de la orden de l@s cistercienses- la luz era signo de la presencia de Dios en la historia, y os diré que yo comparto tal apreciación. La luz frente a la oscuridad. La luz que nos pone de manifiesto la oscuridad.

Así pues, con un objetivo -el de no desviar mi mirada del Cristo de la Luz- y equipada con mi trípode, mi diafragma y mi gran angular, es como procuré captar yo cuanto veía con la pretensión de no dejar velar la película de mi cámara con el resplandor que provenía de mi propio flash.

Las fotos que yo hice, me temo que no tienen materialidad. Me dediqué a captar el espíritu de las gentes a lo largo de los siglos, de esa gran ciudad.

Quise sentirme una romana más y tratar de coexistir con ellos a través de los distintos avatares y de las distintas concepciones de las que habla su materialidad: república, imperio, monarquía, politeísmo, monoteísmo, guerras, supervivencia...

Ahí estaba y está nuestra Luz, pero tal vez a ell@s -como a nosotr@s- pese a vislumbrarla les fuera dificil reconocerla. En nuestra Roma, en nuestro día a día, también hay politeísmos. También tendemos a sintetizar y a componer a nuestra manera la Luz. Hay guerras, supervivencia...

Pero lo que Roma nos dice es que esa luz existe, porque de ello dieron testimonio "iluminados" como Pedro y Pablo y algunos más. Todos ellos fueron auténticos fotógrafos de la Verdad. Fotógrafos admirables que descubrieron una nueva técnica.

En realidad no eran diferentes de tí y de mí. A lo largo de su vida realizaron múltiples instantáneas a través de las cuales podemos observaro los claros-oscuros de su fe.

Pero un día llegó en el que descubrieron que otro tipo de ensayo producía unos mejores efectos. Aunque las vieran, ya no fotografiarían sus obras y sus circunstancias, sin dejar que fueran traspasadas por una luz que, aunque no proviniera de ellos, sí estaba en su interior.

Allí estaba su laboratorio, y desde allí nos enseñaron a revelar.

Con ello "crearon escuela", una escuela que fué expandiéndose desde Roma hasta los últimos confines del orbe en la actualidad.

Con su experiencia nosotr@s aprendimos, y también con sus ensayos aprendimos a ensayar.

Sin embargo, el mayor de sus hallazgos, lo que quizá sea su mayor aportación a la Escuela de Fotografía de la Verdad, sea el hacernos comprender que "el laboratorio de objetivación de la Verdad", es decir, el taller de revelado de la misma, está en nuestro interior -como diría S. Juan de la Cruz-.

No es en lo que vemos con nuestros ojos en lo que encontraremos la Verdad, sino que lo haremos únicamente dejándonos impregnar con su Luz en la película personal de nuestra comprensión.

Esta es, por tanto, la fotografía sobre la verdad de Roma que en este viaje he efectuado para vosotr@s.

Con infinito cariño...
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