jueves, 3 de julio de 2008

CASO Nº 10

En mi participación como co-autora con el capítulo 10 en el texto Fe Vivida (editado por EUNSA), asimilaba el Espíritu Santo con la forma de actuar de Dios que se nos manifestaba sensiblemente y se nos participaba en una persona física: en Jesús de Nazaret. Él será, pues, nuestro protagonista.

Por otro lado, y si atendemos a la segunda de las acepciones que del término antagonista figuran en el Diccionario de la R.A.E., nosotr@s mism@s podríamos presentarnos como antagonistas, puesto que por antagonista entendemos “el principal personaje que se opone al protagonista en el conflicto esencial de una obra”.

El caso sería la obra de la santificación: una obra que podríamos situar en contextos distintos (porque distintas serían las épocas), pero que en ningún caso resultarían antagónicos por cuanto que la realidad de Jesús de Nazaret es una realidad metahistórica.

Quiere esto decir, que el conocimiento al que a través suyo llegamos de la Ternura de Dios alcanza e informa de tal modo nuestra conducta en toda época, que es a partir del momento en que le prestamos nuestra adhesión cuando llegamos a comprobar en nosotr@s mism@s que ésta adquiere unas características que nos posibilitan para ser vivid@s y para actuar con la fuerza de Dios.

Es en esto, y no en otra cosa, en lo que consiste la santificación.

Hasta aquí no existe antagonismo entre nosotr@s y Jesús de Nazaret, puesto que aunque Él es “el Dios con nosotr@s”, tod@s nosotr@s también estamos llamados a ser –en la Persona del Hijo- “otro Cristo” siempre que permanezcamos unidos a Él y compartiendo el Espíritu de Dios. Es entonces cuando Dios habita en nosotr@s, y es entonces también cuando por encima de nuestros límites, llegamos a reconocer en nosotr@s, actuando mediante nuestras obras, la fuerza de Dios.

Para que esto fuera así y en la persona del Hijo, Dios asumió nuestra humana naturaleza. Él se nos compartiría primero, para que nosotr@s, luego de conocerle, pudiéramos decidirnos a compartirnos con Él.

Aquel que sólo conocía a Dios, es quien nos lo ha dado a conocer.

Él fue quien nos habló del ser de Dios como de una Trinidad de Personas, y fue también Él quien manifestó de Sí mismo ser el Hijo de Dios hecho hombre por Amor y para amar.

Es de este modo como llegamos a conocer a Dios como al totalmente Otro, y fue así también como supimos de su voluntad, una Voluntad que se hizo realidad en Jesús de Nazaret y a través Suyo, porque fue por los efectos de sus obras como llegamos a conocer y por los que se nos alcanzó la forma de actuar de Dios.

Fue porque Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios y el Ungido, por lo que Dios se hizo hombre y pudo actuar entre nosotros, y fue el poder observar en Él los efectos del Amor de Dios en los seres humanos una vez que hemos hecho nuestra y actuamos según su Voluntad, lo que nos permitió comprender el destino al que estábamos convocados.

Este conocimiento pasa de ser puramente teórico a un principio dinamizador de nuestra conducta en el momento en que se produce la aceptación, y es en nuestra opción precisamente donde encontramos la razón del posible antagonismo entre el ser humano y la persona de Jesús de Nazaret.

La aceptación de la Voluntad de Dios por parte del Hombre-Dios y su actuación consecuente, tuvo como efecto la posibilidad de comunicación de los seres humanos con Dios en la medida en que compartamos su Espíritu. Pero somos nosotr@s quienes libremente tenemos que ejercitar esa opción, una opción de la que se derivarán nuevos efectos tanto para nosotr@s mism@s como para entre nosotr@s mism@s y para nuestro entorno.

De ellos depende el cumplimiento de la Voluntad de Dios en la tierra: la instauración de la Sociedad del Amor. Una Sociedad en la que el conocimiento y el Amor de Dios se compartan, teniendo como origen su Palabra, y como efecto de Su aceptación y de la nuestra a la Voluntad de Dios.

Pero para eso hemos de convertirnos de antagonistas en co-protagonistas: no podemos oponernos al protagonista en el conflicto esencial de la obra”, sino aprender de Él y decidirnos a asumir nuestro papel dentro de la obra a semejanza Suya.

Es entonces cuando compartiremos su Unción, y será entonces también cuando haremos realidad mediante nuestros actos la Voluntad de Dios en la Sociedad del Amor.

Que así sea.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El lenguaje de este me resulta más cercano, pero digo lo mismo que del anterior. Me haces pensar.

Anónimo dijo...

A mí como enseñante me parecen muy interesantes los dos