sábado, 5 de julio de 2008

TIEMPO DE BORRASCA

A veces la tristeza se nos aposenta, y no creo que tenga que ver tanto con nuestras circunstancias, como con nuestras expectativas.

Contra ella, son beneficiosas las sensaciones positivas; pero a base de querer huir de ella esas sensaciones pueden confundirse con la alegría, cuando que la alegría sólo nace de un alma en paz consigo misma y no de un alma regalada.

Así, sean cuales sean las circunstancias, nuestro objetivo no debería ser huir de la tristeza, sino reconocer sus causas para poder, si no evitarlas, sí combatirlas y tratar de remediarlas.

Porque la vida, nuestra vida, solamente es nuestra para vivirla. Me temo que no la podemos manipular, salvo –acaso- para elegir entre las circunstancias.

Dentro de ellas, nuestros sentimientos juegan, y son ellos los que nos inclinan a una u otra opción. Pero el abandono de un@ mism@ no es una opción válida.

No podemos dejarnos vencer por las circunstancias.

En muchas ocasiones no podemos elegirlas. En otras, son consecuencia de una opción anterior. Pero aún dentro de ellas y pese a ellas, podemos ser conscientes de que las circunstancias no son más que eso. Que nuestra vida “pasa” por muchas circunstancias, y esto -por jóvenes que seamos- si echamos la vista atrás comprobaremos que es así.

Por encima de ellas, sabemos que conforme hemos estado estaremos, porque las circunstancias y nuestros sentimientos nos habrán llevado a optar, pero no han sido ellas sino nuestras opciones las que nos han cambiado.

La cuestión es que a través de ellas –de nuestras opciones- tod@s perseguimos un objetivo, que es el de nuestra felicidad.

Este objetivo, que es el que prioriza todas nuestras opciones, es lo que se reconoce como el fin último o “telos” de cada criatura, y por eso decimos que el conjunto de la creación tiene una estructura teleológica.

Pues bien.

Nuestro fin último no es –aunque a veces lo identifiquemos con ello- el confort, el éxito, el reconocimiento…
… sino el llegar a compartirnos en el Amor y con el Amor. Dentro de eso es donde encuentran ordenación y sentido, y también donde dejan de ser pasajeros el resto de los valores.

Pero nos cuesta trabajo asumir que –sean cuales sean las circunstancias, y por encima además de nuestra situación anímica- nuestro fin último es sencillamente amar.

Ni mucho, ni poco.
Sencillamente, amar amando.
En las buenas y en las malas circunstancias.
“De acuerdo a” y “por encima de” nuestras posibilidades.

¿Creéis que es imposible?...

Bueno, ¡pues no lo es!, porque cuando nosotr@s amamos de verdad no amamos solos. Tampoco nos damos a nosotr@s mism@s el bienestar que procede de tal comprobación.

En circunstancias “mazo de malas”, cuando nos abandonamos a esa experiencia nos damos cuenta de que el Amor opera a través nuestro, y que es nuestro anonadamiento amante dentro de Él precisamente lo que permite que participemos en el Amor con más fuerza y con más acabamiento de lo que nosotr@s siquiera nunca imagináramos.

No es que únicamente podamos encontrarnos a nosotr@s mism@s como amantes en el Amor a través del sufrimiento, pero sí que debemos aprovechar esta circunstancia para poder hacerlo.

Sencillamente porque nos interesa.

No se nos pide que “carguemos con la cruz” para que seamos masoquistas, sino que lo hagamos porque en la Cruz está la Luz.

Cuando realmente lo entendemos, las circunstancias no pesan porque nuestro objetivo está claro pese a ellas.

Le pido a Dios que nunca se nos desdibuje tal expectativa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Qué relación crees que guardan expectativas y esperanza?

Anónimo dijo...

Yo creo que las dos deben tener el mismo fundamento, querido amig@, y también que requieren de nuestra actuación para que pasen de ser una mera ilusión.

Anónimo dijo...

Esta es la parte buena de la religión.