lunes, 21 de julio de 2008

LA IGLESIA DEBE TENER EL VALOR DE REFORMARSE

Ésta es la idea fuerza del cardenal Carlo Maria Martini (Turín, 1927), uno de los grandes eclesiásticos contemporáneos. Con elogios al reformador protestante Martín Lutero, el cardenal le pide a la Iglesia católica "ideas" para discutir hasta la posibilidad de ordenar a viri probati (hombres casados, pero de probada fe), y a mujeres. También reclama una encíclica que termine con las prohibiciones de la Humanae Vitae, emitida por Pablo VI en 1968 con severas censuras en materia de sexo.

El cardenal Martini ha sido rector de la Universidad Gregoriana de Roma, arzobispo de la mayor diócesis del mundo (Milán) y papable. Es jesuita, publica libros, escribe en los periódicos y debate con intelectuales. En 1999 pidió ante el Sínodo de Obispos Europeos la convocatoria de un nuevo concilio para concluir las reformas aparcadas por el Vaticano II, celebrado en Roma entre 1962 y 1965. Ahora vuelve a la actualidad porque se publica en Alemania (por la editorial Herder) el libro Coloquios nocturnos en Jerusalén, a modo de testamento espiritual del gran pensador. Lo firma Georg Sporschill, también jesuita.


Sin tapujos, lo que reclama Martini a las autoridades del Vaticano es coraje para reformarse y cambios concretos, por ejemplo, en las políticas del sexo, un asunto que siempre desata los nervios y las iras en los papas desde que son solteros.

El celibato, sostiene Martini, debe ser una vocación porque "quizás no todos tienen el carisma". Espera, además, la autorización del preservativo. Y ni siquiera le asusta un debate sobre el sacerdocio negado a las mujeres porque "encomendar cada vez más parroquias a un párroco o importar sacerdotes del extranjero no es una solución". Le recuerda al Vaticano que en el Nuevo Testamento había diaconesas.

Son varios los periódicos europeos que ya se han hecho eco de la publicación de Coloquios nocturnos en Jerusalén, subrayando la exhortación del cardenal a no alejarse del Concilio Vaticano II y a no tener miedo de "confrontarse con los jóvenes".

Precisamente, sobre el sexo entre jóvenes, Martini pide no derrochar relaciones y emociones, aprendiendo a conservar lo mejor para la unión matrimonial. Y rompe los tabúes de Pablo VI, Juan Pablo II y el papa actual, Joseph Ratzinger. Dice: "Por desgracia, la encíclica Humanae Vitae ha tenido consecuencias negativas. Pablo VI evitó de forma consciente el problema a los padres conciliares. Quiso asumir la responsabilidad de decidir a propósito de los anticonceptivos. Esta soledad en la decisión no ha sido, a largo plazo, una premisa positiva para tratar los temas de la sexualidad y de la familia".

El cardenal pide una "nueva mirada" al asunto, cuarenta años después del concilio. Quien dirige la Iglesia hoy puede "indicar una vía mejor que la propuesta por la Humanae Vitae", sostiene.

Sobre la homosexualidad, el cardenal dice con sutileza: "Entre mis conocidos hay parejas homosexuales, hombres muy estimados y sociales. Nunca se me ha pedido, ni se me habría ocurrido, condenarlos".

Martini aparece en el libro con toda su personalidad a cuestas, de una curiosidad intelectual sin límites. Hasta el punto de reconocer que cuando era obispo le preguntaba a Dios: "¿Por qué no nos ofreces mejores ideas? ¿Por qué no nos haces más fuertes en el amor y más valientes para afrontar los problemas actuales? ¿Por qué tenemos tan pocos curas?"

Hoy, retirado y enfermo -acaba de dejar Jerusalén, donde vivía dedicado a estudiar los textos sagrados, para ser atendido por médicos en Italia-, se limita a "pedir a Dios" que no le abandone.
Además del elogio a Lutero, el cardenal Martini desvela sus dudas de fe, recordando las que tuvo Teresa de Calcuta. También habla de los riesgos que un obispo tiene que asumir, en referencia a su viaje a una cárcel para hablar con militantes del grupo terrorista Brigadas Rojas. "Los escuché y rogué por ellos e incluso bauticé a dos gemelos hijos de padres terroristas, nacidos durante un juicio", relata.

"He tenido problemas con Dios", confiesa en un determinado momento. Fue porque no lograba entender "por qué hizo sufrir a su Hijo en la cruz". Añade: "Incluso cuando era obispo algunas veces no lograba mirar un crucifijo porque la duda me atormentaba". Tampoco lograba aceptar la muerte. "¿No habría podido Dios ahorrársela a los hombres después de la de Cristo?" Después entendió. "Sin la muerte no podríamos entregarnos a Dios. Mantendríamos abiertas salidas de seguridad. Pero no. Hay que entregar la propia esperanza a Dios y creer en él".

Desde Jerusalén la vida se ve de otra manera, sobre todo las parafernalias de Roma. Martini lo cuenta así: "Ha habido una época en la que he soñado con una Iglesia en la pobreza y en la humildad, que no depende de las potencias de este mundo. Una Iglesia que da espacio a las personas que piensan más allá. Una Iglesia que transmite valor, en especial a quien se siente pequeño o pecador. Una Iglesia joven. Hoy ya no tengo esos sueños. Después de los 75 años he decidido rogar por la Iglesia".

Nunca más el 'error Galileo'

El cardenal Martini se empeñó siempre en establecer un terreno de discusión común entre laicos y católicos, afrontando también aquellos puntos en los que no hay consenso posible. Con esa intención abrió uno de los debates más sabrosos entre intelectuales contemporáneos, publicado en 1995 en Italia con el título In cosa crede qui non crede? (¿En qué creen los que no creen?). Se trataba de una serie de cartas cruzadas entre el cardenal y Umberto Eco, sobre temas como cuándo comienza la vida humana, el sacerdocio negado a la mujer, la ética, o cómo encontrar, el laico, la luz del bien. Un sector de la jerarquía católica asistió a la controversia con indisimulada incomodidad, pero una década después, el mismísimo cardenal Joseph Ratzinger, hoy papa Benedicto XVI, afrontó un debate semejante con el filósofo alemán Jürgen Habermas sobre la relación entre fe y razón.

Lamentó en 1995 el cardenal Martini que su iglesia viviera sumida en "desolada resignación respecto al presente". También se sinceró ante Eco sobre el miedo a la ciencia y al futuro. Entonces lo hizo "con tesoros de sutileza", reconoció él mismo. Ponía por testigo la prudencia de Tomás de Aquino en semejantes compromisos, por miedo a Roma, que a punto estuvo de castigar a quien ahora es uno de sus guías más ilustres

El cardenal, ya jubilado -es decir, más libre que cuando ejercía responsabilidades jerárquicas-, se expresa en el nuevo libro con la sutileza que usó en el debate con Umberto Eco, pero pone sobre la mesa puntos de vista sorprendentes para sus pares, como el contror de la natalidad y los preservativos. Suenan también como trallazos sus elogios a Martín Lutero y el desafío a Roma para que emprenda con coraje algunas de las reformas que en su tiempo reclamó el fraile alemán.

En el trasfondo de sus manifestaciones de ahora, donde el cardenal aparece a veces angustiado -con un sentimiento más trágico de su fe-, surge el debate interminable del enfrentamiento de la Iglesia de Roma con la ciencia y el pensamiento modernos. Nuevamente, es un jesuita quien vuelve a plantear la discusión, con disgusto del Vaticano. La ventaja de Martini es que no está ya al alcance de ninguna pedrada. El también jesuita George Tyrrell, el erudito tomista irlandés, fue castigado sin contemplaciones y suspendidido de sus sacramentos. Incluso se le negó sepultura en un cementerio católico cuando falleció en 1909. Su pecado: reivindicar, como Martini, el derecho de cada época a "adaptar la expresión del cristianismo a las certidumbres contemporáneas, para apaciguar el conflicto absolutamente innecesario entre la fe y la ciencia, que es un mero espantajo teológico".

Lo que buscan todos estos pensadores católicos es espantar cualquier riesgo de cometer otra vez el error Galileo. Es otra de las exigencias del cardenal.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

El tema del sexo ha sido eternamente olvidado por la Iglesia, lo cual es incomprensible. Basta ven un belén: una mula (estéril) un buey (castrado) una virgen; un marido que no ha usado del sexo y un bebé.

Ese horror al sexo, que se refleja por un lado en el celibato eclesiástico y por otro en la imposobilidad de ordenación de mujeres; se hunde en lo más antiguo de la historia de la iglesia, y entronca con las bases más firmes de la misma, de modo que poca solución veo yo al asunto.

No obstante, ahí está la reíz de casi todos los males de la Iglesia. La "vocación de celibato" no existe, ni puede existir. Es como la "vocación de darse dos tortas todas las mañanas": una imbecilidad.

Permítaseme hablar claro: hace algo así como un año salió la noticia en el Diario Vasco de los seminaristas vascos en la actualidad: un puñadito de seis o siete jóvenes (no tan jóvenes). Sólo con mirarlos a la cara se veía de forma transparente la biografía similar de todos ellos: no se habían comido una rosca en la vida; y no por opción personal, sino porque chica alguna se hubiera acercado a jovenzuelos de tal taimado, gordinflón y blando aspecto. Lo siento profundamente, pero estoy convencido de la veracidad de lo que afirmo.

Una cosa es hacer de la necesidad virtud, y otra es hacer virtud de la carencia. La vivencia del sexo es necesaria para el correcto equilibrio del ser humano. No se pueden poner puertas al campo, porque entonces la sexualidad sale desbocada por cauces inconvenientes. Ese es el origen de la ubicua pederastia sacerdotal: la represión del sexo por cauces normales.

Martini me parece un ser humano íntegro , doliente y reflexivo; pero no creo que sus jefes lo sean en en mismo grado.

El tema de la pederastia en el seno de la Iglesia es un tema horrible, más horrible aún cuanto más se pretende silenciar desde dentro.

No menos horrible es la criminal política oficial de la Iglesia en torno a la prevención de enfermedades venéreas en el tercer mundo.

Siento despedirme durate el verano con estos dos apuntes tan punzantes. Hechos están, como siempre en mis intervenciones; sin ánimo de ofender, pero sí de polemizar constructivamente.

Un cordial saludo a todos los lectores y autora, y feliz verano a todos.

JML

Anónimo dijo...

Secundo la opinión anterior. Una barbaridad la forma de hacer frente a la sexualidad y los anticonceptivos. Supongo que algún día pedirán perdón por el tiempo perdido…
Saludos

marta dijo...

Más q nada,q realmente a Jesus poco le importo con quien se acostaban los demás.

Anónimo dijo...

La Iglesia es un poco como la hipoteca, hay que asumirla con deportividad (como al pelma de la clase), pero con misericordia. De coraje para reformarse ni tiene ni tendrá (lo que no puede ser no puede ser), pero hay que darle caña porque otra Iglesia es posible.

Lo del celibato y las dos tortas ha sido una ocurrencia afortunada que me apunto.

Saludos,

Anónimo dijo...

Celebro que vayamos llegando a las vacaciones estivales con tan buen humor, querid@s amig@s...
Yo también creo que hay un error de partida en la consideración de las figuras de Adán y Eva y de su papel en la economía de la salvación que nos lleva a interpretaciones erróneas a mi modo de ver tanto en materia de sexo, como en materia de la diferente consideración y tratamiento de géneros dentro de la Iglesia.
Pero no creo que esta cuestión afecte concretamente en materia de celibato, puesto que célibes (o “celibesas”) cogerían en una u otra condición.
Yo sí que creo que la vocación al celibato exista, pero no como “vocación de darse dos tortas todas las mañanas” (por cierto, ahí también a mí me has parecido de lo más divertido, querido J.M.L.), sino como tendencia clara por un lado, y como consagración total de un ser humano como respuesta por otro, ante lo que ese ser humano interpreta como voluntad de Dios.
Supone una entrega total de todas sus dimensiones (también de la sexual), y créeme que para eso no hace falta ser especialmente feo…
Para quien toma esa opción y se mantiene conscientemente en ella, el sexo no es un problema. Pero sí puede serlo cuando le falta la fe y la entrega, puesto que el/la célibe es alguien que se consagra a Dios, pero que con ello no adquiere un status permanente de inapetencia sino que tiene que hacer “opciones célibes” ante cada ocasión, y a lo largo de toda su vida.
Por supuesto que no siempre es así, y son conocidos abusos y desviaciones en ese sentido (como dentro de cada sociedad) también dentro de la Iglesia. Todos igualmente execrables, pero parece que –como dice J.M.L.- la situación se agrava por las dosis de sincretismo…
Esto también constituye un error, porque un error es identificar sistemáticamente la Iglesia con su representación, porque ni que todos l@s representantes de la Iglesia fueran sant@s, ni que tod@s lo fueran facineros@s cambiaría el hecho fundamental de que por encima de sus actos (y de los nuestros) está la Misericordia Constructiva de Dios.
Ahora os tengo que dejar, pero luego vuelvo.
A ti, querido J.M.L., felices vacaciones y un cordial saludo.

Anónimo dijo...

¿Tú no has visto el calendario de los curas de este año, Anonimo, porque están requetebuenísimos?

Anónimo dijo...

Los motivos que puedan llevar a alguien al celibato, no creo que sean tan frivolos y mucho menos el 100% de los casos,aunque haberlos los habrá habido. Más que nada porque rotos para descosidos los ha habido siempre. Como ejemplo de persona atractiva celibe propongo al secretario del papa!

Anónimo dijo...

Señoras, acabarán por ruborizar a alguien…
ja,ja,ja