jueves, 17 de julio de 2008

FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN RELIGIOSA

La educación consiste fundamentalmente en el crecimiento personal.

Crecer en ese sentido es el resultado inmanente de las operaciones de nuestra inteligencia, de nuestra voluntad y de nuestros sentimientos, es decir, de nuestras operaciones de naturaleza intelectiva, volitiva y afectiva.

Es la posibilidad de evolucionar en ese sentido de los seres humanos lo que posibilita nuestra educación, y es la posibilidad de que ese proceso se lleve a cabo progresivamente lo que posibilita que el educando desarrolle sus dimensiones material y espiritual de una manera sistemática y ordenada, siempre que empeñe en ello su voluntad.

Confiando en la capacidad de crecer en unidad y coherencia de los enseñandos, el verdadero enseñante es el que sabe -pese a las dificultades- mirar a los ojos al alumno y esperar de él.

Pero siendo esto así, lo que caracteriza a la verdadera instrucción no es el saber algo, sino saber para qué se sabe, y qué relación guarda con lo supremo y más esencial.

Es necesario en ese sentido recuperar una auténtica filosofía de la educación, capaz de ordenar saberes más concretos, más empíricos, y más descriptivos, en función de aquello que constituye lo más supremo y esencial para el ser humano, que es su relación con Dios.

Es ésta, a mi modo de ver, la filosofía que ha de informar la actuación de todo enseñante, y es dentro de ella precisamente, donde encuentra pleno sentido la actividad del profesor de Religión.

No se cómo vosotr@s lo veréis.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Este punto de vista, minimiza las posibilidades reales de aprendizaje, bastante por encima de que éste se realice de manera sistemática y ordenada, más allá incluso de que el enseñado empeñe o no en ello su voluntad. Y más allá desde luego, de la relación que guarda con lo que llamas “lo más supremo y esencial, que es su relación con Dios”…
¿esta exposición guarda relación con los artículos anteriores relacionados con despedir a profesores de religión por parte de la iglesia?
Probablemente, surja la tentación de valorar las distintas posibilidades de educación con respecto a lo que uno considera “óptimo”. Si bien es una manera adecuada de afrontar ciertos aspectos en un proceso legislativo (alguna justificación hay que dar a las decisiones que uno toma), nuestra percepción respecto de la enseñanza de la religión, queda muy lejos de lo verdaderamente “óptimo”… o dicho de otro modo…
¿la fe se enseña?
Si creemos que no se enseña, pero que se aprende… ¿se adquiere en el colegio?

Saludos

Anónimo dijo...

Dos breves cosas:

1.- Para saber para qué se sabe algo primero hay que saberlo.

2.- A Dios nos lo encontramos en cada esquina, por eso, el saber tiene que ser un saber para la vida. De otro modo podríamos llegar a desorientar mucho al alumnado.

Anónimo dijo...

Realmente no entiendo lo que quieres decir cuando estimas que mi punto de vista minimiza las posibilidades reales del aprendizaje, querido Hola…

Tal vez quieras explicarte de un modo en que te entienda mejor.

Desde luego que mi exposición guarda relación, si no con los artículos anteriores relacionados con despedir a profesores de religión por parte de la Iglesia, si con lo que creo que justifica la enseñanza de la Religión misma.

Te diré que, en materia de fe, nosotros únicamente ponemos a disposición o tratamos de hacer creíble a través nuestro su contenido; pero quien realmente enseña, quien hace posible el conocimiento pese a la limitación de la falta de conocimiento sensible, es el Espíritu Santo.

Dentro de que eso es así, l@s profesor@s tratamos de ejercitar nuestra tarea de un modo sistemático y de la manera más ordenada posible, pero siempre siendo conscientes de que el verdadero agente educativo es el educando, y que el acto educativo no tendrá nunca lugar, sin la intervención del Espíritu Santo, y si el o la alumna no empeñan en ello su voluntad.

Por otro lado, lo óptimo yo creo que es “lo conveniente” en términos absolutos.

No lo conveniente para cada un@ ni según las circunstancias de cada un@, sino sencillamente lo conveniente para su propia realización dentro de su correspondiente naturaleza.

Eso –en el caso de los seres racionales- pasa por su ordenación a Dios, o –si no quieres decirlo así- por una evolución hacia la transcendencia que tiene lugar a base de una acumulación de actos en un determinado sentido, sencillamente porque capaces para ello hemos sido creados.

El que una persona incorpore esta comprensión a sus conceptos a mí me parece fundamental, y la posibilidad de facilitar esta comprensión a nuestr@s alumn@s, creo que es nuestra enriquecedora tarea.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo contigo, querido Kowalski, en que es necesario conocer para amar.

Nunca podrás tender a algo que no conozcas, y en ese sentido es muy interesante lo que dices de que el conocimiento que propugnemos de Dios tiene que ser un saber “para la vida”, porque de otro modo podríamos desorientar mucho al alumnado.

Pero lo que yo pretendía denunciar, es que nos llegamos a cargar de información y/o de contenidos que no nos sirven de mucho si no llegamos a respondernos sobre lo que yo considero primero y más fundamental, que es nuestra orientación hacia, nuestra ordenación a, y nuestra relación con la Transcendencia.

Anónimo dijo...

Pero eso es algo muy difícil de enseñar y para lo que tenemos pocas pautas. Es un camino muy personal y bastante intransferible. Además, esa "relación" es posiblemente no necesaria para muchos, lo que tampoco los hace peores ni mucho menos. Yo me conformo con que nuestros alumnos tengan la información básica. Después que cada uno elija por dónde quiere encaminar sus pasos. Porque además una sobredosis de ideas demasiado abstractas y alejadas de lo tangible puede abrumar.

Anónimo dijo...

Yo no lo creo, querido amigo. Basta con no pretenderlo. Como ya he dicho, nosotr@s no somos sino instrumentos en manos de Dios, y es el Espíritu de Dios -y no nosotr@s- quien nos hace comprender y comprensible lo intangible.

La “tal relación” no sólo nos es necesaria, sino que nos es necesaria en todo caso y aún cuando tal extremo se desconozca, puesto que la tendencia a ella nos es connatural.

Creo, además, que esa es la información básica que todos deberíamos tener presente, puesto que es esa constancia precisamente la que nos permite encaminar nuestros pasos hacia donde en todo caso los quisiéramos encaminar.

No es cuestión de disquisiciones filosóficas, sino de hacerlo vida, y éso es precisamente lo que se supone que debe manifestarse en un profesor o una profesora de Religión.

Tendríamos que manifestar -con palabras y con obras- una experiencia, y facilitar además -en la medida de nuestras posibilidades- que la misma se comparta.

Anónimo dijo...

Lo que dices a mí me resulta de lo más interesante y estooy de acuerdo contigo, Dorota.

Parece que hablamos de algo a un nivel que no es frecuente y a mí se me antoja no solo comprensible, sin o como digo de lo más interesante.

Anónimo dijo...

Te agradezco tus palabras de ánimo, querido Alfredo.

Te diré que, con más o menos acierto, éso es lo que intentamos...