miércoles, 12 de noviembre de 2008

EL SILENCIO DE LA IGLESIA

“Llama la atención que las autoridades de la Iglesia hablen tanto de algunas cosas y, sin embargo, de otros asuntos muy preocupantes para la gente, como es el caso de la crisis económica, no dicen ni palabra”. Así comienza un artículo firmado por José Mª Castillo y que recientemente me han enviado a mi dirección de correo electrónico. Cuesta bastante no empatizar con su contenido, y sin embargo a mí se me antoja bastante injusto -como vendré a demostrar con una intervención posterior-

El artículo dice así:

“Por supuesto, es arriesgado afirmar que el papa, los cardenales y los obispos, tantos como son, no hayan dicho nada sobre un asunto del que todo el mundo habla con preocupación y con angustia. Sin duda que el papa y los obispos han hablado del tema. Pero el hecho es que la opinión pública sabe perfectamente lo que la jerarquía piensa y dice sobre el aborto, la eutanasia, el divorcio, la homosexualidad, el uso de anticonceptivos, la asignatura de educación para la ciudadanía, etc, etc, mientras que la gente no tiene ni idea de lo que piensan los obispos sobre la crisis del sistema financiero, la quiebra de los bancos, la subida de los precios, el paro, las hipotecas basura, la “codicia” que, según el Comisario de Asuntos Económicos de la Unión Europea, Joaquín Almunia, está en la raíz de toda esta crisis, tan profunda, tan oscura, tan grave.

Es verdad que los asuntos relativos a la economía suponen conocimientos técnicos, que no están al alcance de todos, ni siquiera de los obispos que se supone son hombres bien formados y con buena preparación, para decir, como pastores de los fieles, lo que los creyentes deben pensar de los problemas que tienen en sus vidas y sus conciencias. Estamos de acuerdo en que, de economía, que hablen los economistas. Pero, si ese criterio es correcto, con idéntica razón habrá que decir que de biología, hablen los biólogos. ¿Por qué los obispos hablan con tanta seguridad sobre asuntos como las células madre, el final de la vida, los experimentos científicos con embriones o las fecundaciones in vitro, siendo así que la mayoría de los prelados saben de biología menos aún que lo que pueden saber de economía?

Sinceramente, me sospecho que el silencio de los obispos sobre los temas de economía no se debe a la ignorancia, sino a otras motivaciones más oscuras. ¿Por qué digo esto? Hace pocos días, el presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Poettering, decía sin rodeos: “No se pueden dar 700.000 millones (de dólares) a los bancos y olvidarse del hambre”. Porque esa cantidad tan asombrosa de dinero se les da a los ricos para que se sientan más seguros y tranquilos en su situación privilegiada, al tiempo que, como bien sabemos, ahora mismo hay más de 800 millones de seres humanos que tienen que subsistir con menos de un dólar al día, lo que supone vivir en condiciones infrahumanas y abocados a una muerte cercana y espantosa. Ahora bien, lo escandaloso es que los políticos denuncian esta atrocidad de la “economía canalla”, al tiempo que quienes se nos presentan como los representantes oficiales de Cristo en la tierra no levantan su voz contra semejante canallada.

Por supuesto, ni tengo soluciones para la situación crítica que estamos viviendo, ni soy quién para ofrecer tales soluciones. Lo único que puedo (y debo) decir es que en la Iglesia sobran funcionarios y faltan profetas. Y tengo la impresión de que, en este momento, para salir del lío en que nos hemos metido, más importante que la sabiduría de los gestores económicos es la audacia de los profetas que sean capaces de decir dónde se sitúa exactamente la codicia, que, como ya he dicho, es la raíz del desastre que estamos soportando.

Todos sabemos que la Iglesia denuncia la injusticia. Pero el problema está en que hace eso utilizando un lenguaje tan genérico como el del presidente Bush cuando exigía una justicia infinita. Nadie duda de las buenas intenciones del papa. Ni de su enorme personalidad y de su prestigio mundial. Pero el problema está en que el papa es el jefe supremo de una institución que está presente en el mundo entero. Y se esfuerza por mantener las mejores relaciones posibles con los responsables de la economía y de la política en cada país. Ahora bien, desde el momento en que la Iglesia ha tomado la opción de funcionar así, es imposible que ejerza la misión profética que tiene que ejercer en defensa de los pobres y las personas peor tratadas por la vida y por los poderes de este mundo.

Cualquier persona que lea los evangelios con atención sabe que Jesús no se comportó ante las autoridades y ante los ricos de su tiempo, como los dirigentes eclesiásticos se comportan hoy ante los responsables de esta economía canalla que está arruinando al mundo. Es evidente que las preocupaciones de Jesús eran muy distintas de las preocupaciones de la Iglesia actual. Tiene que producirse una catástrofe económica, como la que estamos viviendo, para darnos cuenta de por dónde van los verdaderos intereses de los “hombres de la religión”. Ellos tienen que utilizar el lenguaje de la justicia y la solidaridad, que es el que se lleva en estos tiempos, pero no se atreven a levantar la voz cuando temen que los intereses de la religión se pueden ver en peligro.

Así las cosas, la conclusión es clara: a la institución religiosa le preocupa más asegurar la estabilidad y el buen funcionamiento de la religión que dar la cara (con todas sus consecuencias) por quienes peor lo pasan en la vida. Y si ésta es la conclusión lógica, el resultado está a la vista: los ricos se sienten seguros, los pobres siguen hundidos en su miseria, y la religión con sus templos y sus funcionarios mantiene el tipo, aunque el tipo se vea cada día más viejo y con menos fuerzas”.

Supongo que os sugerirá algo que decir.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Uf, necesito tiempo.

Anónimo dijo...

Para comentar el artículo, cambiaré un poco el orden de lectura. Paciencia con "el tocho"...

“producirse una catástrofe económica, como la que estamos viviendo, para darnos cuenta“…
En mitad de una situación considerada de emergencia, no es el mejor momento para pedir explicaciones a nadie (a la iglesia tampoco), ya que todo el mundo está centrado en resolver el problema. En este momento, lo urgente manda, y lo importante puede tener que esperar un tiempo. Lo imperativo es no agravar (“si estás en un hoyo, deja de cavar”).

“No se pueden dar 700.000 millones (de dólares) a los bancos y olvidarse del hambre”…
Pero es que dejar de hacerlo, es potencialmente mucho más grave. La queja, además, la encuentro desenfocada. Mejor nos iría si el énfasis mostrado contra las propuestas para no agravar una crisis, lo empleáramos en tiempos de calma, con situaciones cotidianas, pero mucho, mucho más graves (¿por qué se mantienen proteccionismos agrarios, que impiden el desarrollo de países del tercer mundo? ¿para qué iban a necesitar una limosna del 0,7% si les dejáramos vendernos sus productos?).

“la codicia, que, como ya he dicho, es la raíz del desastre”…
La codicia, tiene una afección negativa cuanto incurre en el exceso (“afán excesivo de riquezas”), pero tiene otra positiva, y vital para el desarrollo económico y social (“deseo vehemente de algunas cosas buenas”). Este segundo espíritu mueve la humanidad, y la impulsa a mejorar (económicamente, si, pero también en el conocimiento, la salud, el desarrollo sostenible, etc).
Pero aun en su primera afección, no es el verdadero problema que nos golpea (ni de la crisis, ni del hambre en el mundo). La codicia existe desde siempre, otro cantar es permitir que impacte en el conjunto de la sociedad, como lo ha hecho, no generando más que destrucción. Cuando esto se permite, el sistema esta vez sí tiene un problema. Permitirlo es el verdadero problema. Impedirlo en el futuro es lo que centrará la búsqueda de una solución.
Lo digo porque lamentarse ahora no tiene sentido, pero identificar el verdadero problema sí. Y repito, centrándome de nuevo en la iglesia, no se necesitan grandes aspavientos en tiempos de alarma general, sino cotidianamente, atacando las bases que mantienen las injusticias (sean las que sean, en este caso, mencionamos las económicas, normalmente centradas en limitaciones al comercio).

“esta “economía canalla” que está arruinando al mundo”.
Es la misma que lo ha hecho progresar, y con los ajustes que correspondan, lo seguirá haciendo. La economía solo refleja las actitudes de la sociedad, y como tal no es perfecta. Con cada crisis, se perfecciona, y con el paso del tiempo, se globaliza, y expande el bienestar entre países anteriormente pobres (anteriormente sin condiciones de trabajo dignas, sin educación, sin preocupaciones medioambientales, sin libertades civiles o religiosas, o como queráis considerarlo, el desarrollo económico acarrea todo esto, y lo acarrea para todos los que se involucran en él, en forma de oportunidad).

“los ricos se sienten seguros, los pobres siguen hundidos en su miseria, y la religión con sus templos y sus funcionarios mantiene el tipo”… “desde el momento en que la Iglesia ha tomado la opción de funcionar así, es imposible que ejerza la misión profética”.
Supongo, que en la iglesia consideran que es lo mejor que pueden hacer para seguir funcionando, y ahí no me meto. Solo insistir una vez más, lo urgente en este momento, es que el progreso sufra lo menos posible, y lo importante, es que del progreso se beneficie toda la humanidad. No es importante que tengamos más o menos ricos, sino menos pobres. Desde mi punto de vista, la justicia viene de la mano de igualar las oportunidades para todo el mundo (no necesariamente los resultados), y a día de hoy, esto no es así (independientemente de la crisis).

Si la iglesia calla en estas circunstancias, ella sabrá por qué, aunque no la culpo, si se calla ante los verdaderos frenos al desarrollo, ella sabrá por qué, pero esto último lo encuentro peor…

Un saludo

Anónimo dijo...

A mi el silencio de la iglesia en este ambito me parece muy prudente. La iglesia no está para dar recetas economicas,ni politicas. Está para guiar a sus creyentes y punto.

Anónimo dijo...

Esta vez seré muy sintético.

1º. No es del todo cierto que la Iglesia no se pronuncie sobre cuestiones candentes que afectan al mundo, sólo hay que tener la antena puesta en la frecuencia de onda correcta.

2º. La Iglesia tiene que ser integradora y acoger todas las tendencias en su seno, desde las más implicadas en la realidad hasta las más espiritualistas; siempre ha sido así.

3º. Suele confundirse jerarquía eclesiástica con Iglesia.

4º. Los que apelan al radicalismo ético de Jesús olvidan que nunca fue investido de facultades de mando secular; de haber conseguido el poder jerosolimitano posiblemente no hubiese pasado a la Historia del modo a como lo ha hecho –el poder desgasta-.

Anónimo dijo...

Particularmente interesantes dentro de tu análisis considero las siguientes afirmaciones, querido Hola:

1.Lamentarse ahora no tiene sentido, pero identificar el verdadero problema sí.

2. La economía solo refleja las actitudes de la sociedad, y como tal no es perfecta. Con cada crisis, se perfecciona, y con el paso del tiempo, se globaliza, y expande el bienestar entre países anteriormente pobres

3.lo urgente en este momento, es que el progreso sufra lo menos posible, y lo importante, es que del progreso se beneficie toda la humanidad.

4.No es importante que tengamos más o menos ricos, sino menos pobres.

5. Desde mi punto de vista, la justicia viene de la mano de igualar las oportunidades para todo el mundo (no necesariamente los resultados), y a día de hoy, esto no es así (independientemente de la crisis).

Estoy completamente de acuerdo contigo.

De todos modos, y además de valorar cuanto dices, lo cierto es que la Iglesia constantemente hace análisis y declaraciones sobre lo que Joaquim denomina “cuestiones candentes que afectan al mundo” y que no son sino ocasiones de inculcar y de fomentar contextualizándola la virtud de la caridad.

Pero la caridad, como dice también Joaquim, supone el acogimiento:
No considero por tanto que haya una Iglesia de los ricos y una Iglesia de los menesterosos, puesto que todos somos menesterosos ante Dios...
… ni considero tampoco que la función de la Iglesia sea la de dar fórmulas matemáticas o aportar soluciones para redistribuir la riqueza como diría Martika, sino la de alertar ante determinadas situaciones o proposiciones que puedan atentar contra la unidad y el desarrollo del ser humano -en sí mismo y en comunidad- en aras a su relación con Dios..

En ese sentido precisamente se manifiesta el Cardenal Martino en un artículo que espero que os interese, y que voy a colgar a continuación.