martes, 12 de marzo de 2013

UN CORAZÓN DÉBIL ENTRE LOBOS

La salud de Benedicto XVI se ha deteriorado dentro de un mandato en el que se ha visto abrumado por las insidias de la Curia (opinión mantenida por Iñigo Domínguez -corresponsal en Roma del diario ABC- en artículo aparecido en la citada publicación el 11 de los actuales)

La renuncia de Benedicto XVI está rodeada de sombras, porque no es el sereno adiós de quien llega al final de su tarea, sino el de alguien que acepta no tener el «vigor de cuerpo y espíritu» ni la «capacidad» para «gobernar la barca de San Pedro». Según la prensa italiana, lloró tras anunciar su decisión. Los males que turban al Papa son de cuerpo y espíritu y a medida que pasan las horas se comprenden mejor. Para empezar, hay un dato fundamental sobre su salud que no se conocía y el diario Il Sole 24 ore reveló ayer: Ratzinger, de 85 años, se sometió en noviembre a una operación en el hospital Pío XI de Roma para cambiarle el marcapasos. Pero es que ni siquiera se sabía que lo tuviera. Según este medio, lo lleva desde hace diez años, antes de ser elegido pontífice. Era conocido que había sufrido un ictus, pero no este detalle.

El portavoz vaticano, Federico Lombardi, confirmó luego la operación en rueda de prensa, aunque quiso quitarle importancia y matizó que fue una intervención «de rutina» para cambiar las pilas del aparato. Ni alteró la agenda del pontífice. Aseguró que no tiene relación con la renuncia y repitió que Benedicto XVI no sufre ninguna enfermedad particular, más allá del cansancio de su edad. La prensa italiana también hablaba ayer de recientes episodios de pérdidas de memoria y pequeñas isquemias.


Se basan, por ejemplo, en testimonios como el del arzobispo italiano de Trani, que tras visitarle tuvo la sensación «de que no sabía ni siquiera quién era yo». El Papa estaba tocando fondo. Por otro lado abundan en Italia, por tradición, y también fuera, porque mola hablar de oscuros pasillos vaticanos, las teorías de la conspiración. Al margen de relatos más o menos novelescos, todo el mundo sabe que el Papa se ha visto desbordado por los escándalos internos y ha chocado con una gran oposición a sus intentos de limpieza en el gran caso de la pederastia en el clero, en el sucio asunto de las finanzas vaticanas y sobre todo en reformar la Curia.

El ambiente de camarillas de los despachos romanos ha podido con él y ya le ha pillado muy mayor. Cambiar las cosas en Italia, y por extensión en el Vaticano, es una misión hercúlea, casi suicida. Ratzinger deja paso a alguien con energías y, al hacerlo, señala ostentosamente el problema. Es una salida traumática a la parálisis.

Según el Corriere della Sera, la gota que habría colmado el vaso sería el famoso informe secreto sobre el escándalo 'Vatileaks', las filtraciones de papeles reservados del Vaticano entre enero y mayo de 2012 que revelaron zancadillas y peleas por el poder entre bandos de la Curia. El diario afirma que su contenido sería «sobrecogedor». Es decir, vendría a contar con pelos y señales -nombres y apellidos- la verdad sobre lo ocurrido, no la oficial que se ha ventilado con el juicio al mayordomo papal, Paolo Gabriele, condenado e indultado en Navidad como único responsable, y ninguna implicación de altos cargos. En realidad, se sospecha una batalla de fondo entre bandos con filtraciones interesadas para dañarse unos a otros, y partidarios de hacer limpieza contra los reacios a cambiar las cosas.

Uno de los claros objetivos de la campaña de desprestigio era el 'número dos' de la Santa Sede, el secretario de Estado Tarcisio Bertone, muy cuestionado por su discutible gestión y por querer imponerse en la Curia, que le consideraba un extraño. Ratzinger lo eligió principalmente porque han trabajado muchos años juntos y se fiaba de él, pero ha resultado un desastre y a él se debe en parte que la imagen y la comunicación del Vaticano hayan hecho aguas.

Desde el incidente con el Islam en Ratisbona, en 2006, al estallido final del escándalo de la pederastia en 2008, donde la vieja guardia conservadora, responsable de taparlo durante el mandato de Juan Pablo II, se resistía a la 'tolerancia cero'. Siguiendo con el caso Williamson en 2009, el 'lefevbriano' readmitido pese a ser antisemita en una maniobra traicionera de los sectores ultraconservadores.

Bertone, el hombre oscuro

También entonces hubo un extraño ataque a Dino Boffo, director del diario de los obispos, 'Avvenire', acusado por un diario de Berlusconi de ser homosexual y de abusos sexuales. Acabó dimitiendo, pero era todo mentira y el periodista se defendió diciendo que la fuente parecía irrefutable porque era un alto prelado vaticano. Las sospechas apuntaban al entorno de Bertone. Ese verano, cuatro potentes cardenales -Camillo Ruini, Angelo Scola, Angelo Bagnasco y Christoph Schonborn- fueron a Castel Gandolfo a pedir la cabeza de Bertone. Pero Ratzinger se negó con una frase lapidaria en alemán: «El hombre sigue donde está y basta». Lo ha defendido hasta el final, por cerrar filas y no abrir más grietas. El 'caso Vatileaks', sin precedentes, fue la apoteosis de estas tensiones.

Para afrontar el escándalo de las filtraciones y de forma paralela a la pantomima de los tribunales vaticanos, el Papa encargó a tres cardenales de confianza y ya mayores de 80 años -fuera de un cónclave y ajenos a las luchas de poder- una investigación en serio. Podían interrogar a otros cardenales, cosa vetada al fiscal vaticano, e ir hasta el fondo. Los 'detectives' entregaron su informe al Papa el pasado verano. Hasta ahora se pensaba que rodarían cabezas, discretamente, cuando amainara el temporal.

Pero ahora el que se va es el Papa. ¿Qué ocurrirá con las manzanas podridas? En realidad, como si fuera Sansón con los filisteos, corta por lo sano y todo se puede derrumbar con Benedicto XVI, pues con el fin del pontificado cesan automáticamente todos los cargos vaticanos, que deben ser confirmados por el siguiente papa. Será él, que tendrá acceso al informe, quien deberá emprender la gran limpieza. El Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede que sale por las tardes, negaba ayer este tipo de interpretación. Decía que explicar su renuncia con «oscuras maniobras de las que defenderse sería ofender a la transparencia intelectual del Papa, como no comprende el mensaje de su gran gesto quien lo ve como una evasión de la responsabilidad».

Ratzinger, que lleva en la Santa Sede más de treinta años, sabía donde se metía. Se puede decir que se santiguó antes de entrar. A la luz de su histórica renuncia, hoy impresiona recordar lo que dijo en su primera misa como pontífice el 24 de abril de 2005: «Ahora, en este momento, yo débil servidor de Dios debo asumir este deber inaudito, que realmente supera toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacer esto? ¿Cómo seré capaz de hacerlo? (...) No debo llevar solo lo que en realidad nunca podría llevar solo. (...) 'Apacienta mis ovejas', dice Cristo a Pedro, y a mí, en este momento (...). Rezad por mí, para que no huya, por miedo, delante de los lobos». Su renuncia es casi eso, y se puede concluir que esa soledad le ha pesado. Fue en aquella misa donde recibió el palio de lana pontificio y el anillo del pescador, los dos símbolos del poder del Papa. El palio, que según explicó aquel día «representa la oveja perdida, o enferma, o débil», lo depositó al cabo de cuatro años, en abril de 2009, en la tumba de Celestino V, el célebre pontífice del siglo XV que se atrevió a renunciar. El anillo, probablemente, será roto tras su marcha, confirmó ayer el Vaticano.

En la parábola de la oveja perdida Ratzinger veía «una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia». Este pontífice, intrigado y angustiado por la existencia del mal en el mundo, al que solo Dios da sentido, ha tenido que verlo en lo más alto de la Iglesia. Han sorprendido por su frecuencia las referencias autocríticas. Desde la sonada llamada a limpiar «la suciedad de la Iglesia» días antes de ser elegido, a su severa reflexión del 10 de marzo de 2009, en la Carta a los Obispos de la Iglesia católica, citando la carta a los Gálatas: «'Si os mordéis y devoráis mutuamente, tened cuidado al menos de destruiros del todo los unos a los otro'. Siempre he considerado esta frase como una de las exageraciones retóricas que a veces se encuentran en San Pablo.

Pero por desgracia este morder y devorar existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada». Benedicto XVI aborrecía la lógica del poder y la ambición de hacer carrera en el clero. También en mayo de 2010, hablando sobre la pederastia, advirtió que «la más grande persecución a la Iglesia no viene de los enemigos de fuera, nace del pecado en la Iglesia» y en la fiesta de la Inmaculada de 2011 decía que «hay una única insidia que la Iglesia puede y debe temer, el pecado de sus miembros».

En mayo de 2012, en lo peor del escándalo 'Vatileaks', dijo: «El viento sacude la casa de Dios, pero la casa construida sobre la roca no cae». Ratzinger solo confía en la mano misteriosa de Dios, cree que él como Papa pasará y no es importante, y tal vez el propio Vaticano como se conoce hasta ahora deba pasar también, pero tiene fe en el triunfo de la Iglesia por vías indescifrables. Irse ha sido probar una de ellas.



No hay comentarios: